Capítulo XXI

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Enigmático Lord
XXI
Tormenta de emociones

Solo las almas desgraciadas podrían atreverse a comprender el dolor ajeno de sus semejantes.

La noche, para suerte de nuestra protagonista permanecía a su favor, ya eran las últimas semanas que el invierno permanecía en Chatsworth, travieso y nunca perezoso, hacía soplar los últimos resquicios del frío invernal mientras los caminos seguían cubiertos de nieve pero mucho más accesibles que al inicio de sus actividades a finales del año pasado.

La noche hacía del cielo una obra de arte con el firmamento plagado de estrellas mientras la luna, que parecía conocer los profundos sentimientos del corazón que ahora vagaba solitario sobre la nieve y bajo su luz, había oscurecido la mitad de su rostro como si temiera enfrentarse a la joven que ahora sólo era un manojo de emociones que parecían querer estallar como la pólvora de un cañón, las noches de media luna solían ser las mas hermosas.

Si bien decidió mantener su promesa de quedarse en las cercanías de la casa por su seguridad, en su mente sólo existía la necesidad de querer echar a correr al corcel que montaba y alejarse, huir de aquella casa que a cada momento le recordaba a su dueño y a las terribles palabras que habían salido de su boca hacia tan solo unos momentos, las horrendas frases que le parecieron las gotas del veneno más letal derramadas sobre su corazón, el terrible egoísmo.

¿Por qué los hombres eran criaturas tan egoístas? ¿Por qué teniendo ella la idea de marcharse lejos no tomaba la resolución de la acción? ¿Seguía siendo ella tan ingenua como para seguir al lado de un hombre que ni siquiera le apreciaba una pizca? Y que solo, por motivos personales, todos basados en el egoísmo, la ambición y el ego, había armado todo ese enredo de situaciones que la ponían a ella por sobre todas las cosas en aprietos.

Busco, busco tan adentro de si para encontrar la respuesta, que pronto acabo dándose cuenta de la verdad, de los motivos por los que no se marchaba y dejaba todo cuanto conocía...

¡Porque ella tenía honor! ¡Tenía respeto por la palabra, y había hecho promesas!

Ella había prometido que estaría cerca, ella había prometido ser fuerte... Ella había jurado ante lo más santo que existe, ante Dios, que se quedaría al lado de su esposo en las buenas y en las malas. Ella tenía palabra y un gran sentido de la justicia.

Ella era fiel a la causa del compromiso sagrado, ella tenía un lazo, y no por unas palabras debía romperlo.

Y si bien era cierto, que ahora mismo sentía una revolución en su interior, los terribles sentimientos que le encadenaban el pecho, esos que le hacían dificultosa la respiración, el pensamiento y le nublaban parte de su cordura como si de una espesa neblina se tratara, esos infames que se hacían llamar la impotencia, la rabia y la odiosa ansiedad, todavía no podían jugar con su noble corazón, y si lo habían hecho alguna vez, habían huido ante sus nuevos pensamientos.

Y aunque deseaba dejar todo atrás, ese pequeño latido, traía consigo la calma de la gran revolución. La retenía de hacer una locura de la cual pudiera arrepentirse. No era ingenua, solo estaba adolorida.

Soltó un gran suspiro que se convirtió en vaho, desapareciendo en la espesa oscuridad, este fue mucho más calmado.

De repente, podía sentir como la sangre volvía a correr por sus venas, podía sentirse viva de nuevo, se aferró a las riendas sintiendo el tacto frio de los guantes sobre su piel.

Devolvió sus pensamientos ahora mucho más serenos al Lord, si bien aún sentía que el perdón era un tema muy reciente como para ponerlo en práctica, solo por los motivos que impulsaban su rencor, que yacían principalmente en el ocultamiento de la verdad. Reflexiono este punto, usando todo su auto control, era cierto que ella había tenido sus sospechas de sobre como su padre había concertado tal unión con el Marqués de Ailsa... ¿Entonces por qué no le pregunto directamente a Sesshomaru sobre dicha duda? Ahora que lo pensaba, él no hubiera tenido ningún reparo en decirle la verdad en aquellos momentos cuando aún no se llevaban tan bien... Entonces, la culpa recaía sobre ella por no preguntar... Porque la realidad era que, la necesidad era de ella, y aunque eso no le quitaba peso a la acusación era un punto a favor de él.

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