Capítulo XXII

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Enigmático Lord
XXII
La señorita Knigthley

La incertidumbre y las dudas, pertenecen a la clasificación de "sombras" en nuestra mente, nunca se van por completo sino las enfrentamos, simplemente dormitan mientras nos consumen poco a poco.

A nuestros queridos lectores les placera recordar cierto compromiso que no ha quedado impune y que sólo pasó a ser postergado. Dicho evento, es la visita de una de nuestras más queridas personajes, fiel confidente de nuestra protagonista y la reencarnación de la belleza más sincera, la señorita Sango Knigthley.

Las pisadas constantes de los caballos y el ruido que producían las ruedas del coche aproximándose representaban un gran alivio, un consuelo y una gran emoción para nuestra protagonista, la llegada de su mejor amiga traía consigo la idea de renovarse, y representaba también la mejor forma y opción de distraerse de la confusión latente y la zozobra que aún tenía en su interior.

Una sonrisa llegó a su rostro inconscientemente cuando aquel carruaje tirado por unos preciosos percherón, de color carbón, utilizados comúnmente para tiro en la familia Knightley, se detuvo en la entrada de aquella mansión, la portezuela se abrió y de ella se vio bajar primero las patas de un compañero peludo y posteriormente dos pies calzados con unas zapatillas finas.

— ¡Kagome! —Exclamó llena de entusiasmo la muchacha que bajó rápidamente de su transporte acercándose a su querida amiga y abrazándole con la mayor naturalidad del mundo.

— ¡Oh Sango! —Aquel abrazo fue correspondido lleno de alegría y risas. Parecía que a Chatsworth, que ya en sí era la morada de un ángel, hubiera llegado otro, convirtiéndolo en el paraíso de antaño.

—Me alegra estar por fin contigo Kagome... —Dijo apenas se deshizo el afectuoso abrazo y se encaminaban adentro —Espero que a Lord Taisho no le incomode que haya traído a Kirara —

—Te aseguro que no le molestara—Hizo un ademán despreocupado—Me alegra verte de nuevo Kirara —Kagome recogió al peludo animal y lo cargó en sus brazos con familiaridad.

No existe descripción o presentación que le haga justicia a una señorita tan especial como Sango Knigthley. Hija de un caballero viudo, la señorita Knigthley no podía ser más dichosa, la muerte de su madre había transcurrido a tan temprana edad que ciertamente no podía recordar su rostro más que por los retratos y las anécdotas de su padre, quien había ejercido el papel de ambos con la mayor habilidad posible para ella y para su hermano menor, Kohaku. Consideraba que su vida, era realmente dichosa en comparación con otras personas, y por ello se consideraba una persona agradecida y conforme. Realmente, no podía ser más feliz.

Y una parte de su felicidad provenía de aquel majestuoso animal que había sido un regalo de su padre, Kirara, más que una mascota era una fiel amiga, una compañera. El lazo que tenían ambas era tan fuerte, que no se podía poner en duda.

—Chatsworth House es tan impresionante como me habías relatado en tus cartas Kagome... —La joven observó los pasillos y los muebles de la casa mientras caminaban— Es hermosa... —

—Me alegra que te guste... Aunque es un poco solitaria —Contesto abriendo la puerta de aquella habitación que se le había dispuesto — Sin embargo... Creo que estoy acostumbrada —Añadió, restándole importancia — ¡Observa! —

Con una sonrisilla casi infantil, Kagome extendió con sus manos un paquete perfectamente envuelto en donde estaba guardado el broche para el cabello, aquel bello obsequio que había traído de York y que precisamente era una sorpresa.

Enigmático LordOù les histoires vivent. Découvrez maintenant