Capítulo XXIV

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Enigmático Lord
XXIV
Ecos de amor

¡Cuán difícil es sosegar a un corazón lleno de angustia y desesperación!

Las lágrimas que se desbordaban por sus mejillas no tenían fin, los sollozos que eran reprimidos tan severamente se escuchaban como ligeros gruñidos, y su respiración entrecortada le dificultaba tomar aire.

Al llegar a su habitación, cerró la puerta de un solo portazo para después dar unos pasos hasta la cama y dejarse caer arrodillada frente a ella como si le hubieran herido con una flecha mortífera.

Tal conmoción no pasó desapercibida por la señora Kaede, ni siquiera por el propio Jaken, que la había visto salir con sus propios ojos de la oficina de su señor envuelta en aquel tormento de sufrimientos, la puerta se abrió dejando entrever a las dos figuras que traían una gran impresión en el rostro.

— ¿Señora...? —Se atrevió a preguntar el señor Jaken tímidamente.

— ¡Déjenme en paz! —Exclamó Kagome arrugando las sábanas de la cama con sus dedos.

Aquel grito parecido a un aullido desesperado hizo sobresaltar a ambos sirvientes, quienes casi aterrados cerraron la puerta inmediatamente y se marcharon con la cabeza cabizbaja sin decir ni una sola palabra de lo que había acontecido, o tan siquiera de lo que pensaban. El propio señor Jaken acostumbrado a realizar sus comentarios con la lengua tan afilada como mordaz, se quedó mudo durante lo que prosiguió de aquel día, él sabía de antemano lo que había sucedido sin poder tan siquiera interferir en el asunto entre su amo y aquel caballero, y al igual que Kagome, su corazón mucho más quejumbroso estaba lleno de la más lívida zozobra.

Mientras tanto, la chica de cabellos azabaches se entregaba a la desesperación y al desconsuelo de lo que ella pensaba sería su próxima vida, llena de una desdicha y tristeza imposibles de evitar. Si el Lord fallecía, ella seria indudablemente una mujer demasiado joven para ser viuda, envejecería llena de soledad —a menos que su corazón encontrara a otro lo suficientemente parecido, aunque igualmente eso significaría recordarlo a él en todo momento— y le perdería inevitablemente por divagar.

— ¿Por qué...? —Susurró — ¿Por qué tuve que casarme con él? —

Aquellas preguntas salidas del fondo de aquel dolor en el pecho, de sus cavilaciones, de la incertidumbre... De sus miedos, sólo representaban cuanto temía por la seguridad del Lord... Cuanto le costaba hacerse la idea de perderle, de no volverle a ver nunca más...

Ya no podía sentir rencor, ni molestia, ni ira, esos sentimientos tan vanos habían quedado relegados al olvido de su memoria porque entre sus pensamientos sólo quedaba el recuerdo de su rostro serio e inexpresivo, de su actitud gallarda y orgullosa, su silencio y su mirada áurea que le acompañaba a todos lados incluso en sus sueños... Aquella que no expresaba ningún tipo de miedo a la muerte.

Los recuerdos llegaban a su cabeza como una película en rápido movimiento, cada cosa, palabra, acción que había visto y vivido con él eran sus compañeras entre su silenciosa soledad inundada de lágrimas lastimeras. De pronto la nostalgia embargó su corazón, originando el deseo de querer verlo una última vez, de compartir con él una mirada o una simple caricia... Dándose cuenta de que jamás había valorado esas acciones como debía, y ahora que probablemente lo perdería, las anhelaba, tan solo por un minuto que fuera eterno.

Aquella frase jamás había tenido tanto sentido como en aquellos momentos, los humanos nunca valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos.

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