Prólogo

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El viento jugó con su pelo y un par de hojas se arremolinaron a sus pies. Sentía frío. Kiara sabía que debía entrar en casa y afrontar, como cada día, las discusiones, los reproches, las promesas y las lágrimas de su padre. Hacía meses que habían dejado de importarle. “Un año”, pensó, “Ha pasado más de un año”. Cumplir con su papel de hija obediente e ir a la facultad era todo lo que debía hacer y hasta eso le resultaba complicado. ¿Por qué le era tan difícil lidiar consigo misma?

La casa estaba en silencio. Un silencio extraño. Ninguno de los hombres de su padre la saludó. Ni una sola mirada. Ni siquiera el que le había metido mano hacía dos semanas. ¿Pasaría algo grave? A Kiara no le importaba. Habían sepultado bajo cientos de regalos y mentiras maquilladas su traumática experiencia. Encima, nadie se había dignado a decirle dónde estaba Hell. Tampoco es que ella hubiese preguntado pero eso no implicaba que no le importase. Tenerla incomunicada era egoísta y rastrero. Pero la culpa no la tenía Hell, la tenían los Capaldi y los Capobianco y toda su realidad tóxica de ilegalidades. Podían irse todos a la mierda. Y como nadie se preocupaba por lo que Kiara pensaba, como nadie respetaba su opinión, ella se comportaba como la niñata que se suponía era. Esperaba que algún día de aquellos en los que volvía a casa vomitando después de una fiesta universitaria le diese una intoxicación y no volviese a despertarse.

-¿Papá? - preguntó abriendo la puerta del despacho.

Rhett le dirigió una sonrisa nerviosa y le indicó que tomase asiento frente a su mesa, justo entre dos hombre fornidos que vestían de etiqueta. ¿Qué demonios...? No se había podido atrever, no podía haberse atrevido. La amenaza, recomendación, orden, como quisiese llamarlo su padre, de internarla en un centro de ayuda se materializaba ahora frente a sus ojos. Retrocedió tras escupir en el suelo, algo que un año antes no hubiese hecho de ningún modo, y abandonó el despacho con su padre gritándole mientras la seguía.

-¡¿Crees que estoy loca?! ¡¿Crees que se me va la cabeza?! ¡Que te den, joder, me voy! ¡Me voy!

-¡Kiara vuelve aquí ahora mismo! ¡Kiara!

La puerta de su habitación pareció querer romperse cuando cerró de golpe y echó el pestillo. Dinero, papel y lápiz, dinero, papel y lápiz, dinero, papel y lápiz... Alcanzó su mochila del estante superior del armario y comenzó a llenarla con vaqueros, camisetas, un par de zapatillas y varios blocs de dibujo. Necesitaba lápices y carboncillo. Y un par de bastoncillos. Ni cepillo de dientes ni nada de aseo personal, Kiara no pensaba en eso. El dinero seguía bajo el tercer cajón de la mesilla de noche. Mil seiscientos cuarenta y cuatro con diecisiete. Lo suficiente para marcharse de allí.

-¡Kiara, no hagas que tire la puerta abajo! - amenazó su padre.

-¡Hazlo, Rhett! - retó Kiara - ¡Vamos, demuéstrate a ti mismo lo fuerte y poderoso que eres destruyendo más cosas!

Su inhalador, su inhalador... ¿Dónde lo había metido? “La almohada”, susurró su subconsciente. Allí no estaba solo su inhalador. También cosas de valor como su antiguo diario, un mechón de pelo y varios dibujos de cuando era pequeña. Y, además, uno de los conjuntos de lencería de Victoria's Secret que Hell le había comprado. Lo cogió y lo guardó en la bolsa sabiendo que solo vendiendo la pedrería podría vivir el resto del invierno.

La cerradura de la puerta estalló y los hombres de Rhett Capaldi entraron en el momento en el que Kiara saltaba por la ventana. Su padre había mandado controlar la parte frontal pero no la trasera porque no pensaba que su hija fuese a cometer semejante locura. Kiara sintió el aire gélido apuñalar sus pulmones pero no le importó. Atravesó corriendo el jardín con la mochila golpeando su espalda y saltó la valla para perderse entre las calles de la ciudad. El viento susurrante atrapó uno de sus pensamientos,

Morir ahogado en el miedo es la peor forma de morir”

y se quedó con él sin molestarse siquiera en darle las gracias. Aquel era su último abrazo de verano.

Éxtasis (Saga Adrenalina II)Where stories live. Discover now