Capítulo XXV

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En un sótano oscuro y con olor a medicación, Kiara yacía tumbada en una cama. No estaba despierta ni lo estaría en varias horas, y probablemente cuando lo hiciese se sentiría como una mierda, pero ahora tenía una expresión relajada en el rostro, en paz. Estaba tranquila y respiraba suavemente. Cualquiera que la hubiera visto, habría pensado que iba a morir de un momento a otro.

Al lado de la cama, estaban parados dos hombres. El primero era Rhett, que señalaba al otro con la mano llena de anillos de oro y tenía la barba bien recortada. El segundo era calvo y llevaba una camisa setentera de muy mal gusto. Llevaba más oro encima que su jefe y asentía mientras se pasaba una mano por el cuello.

-Tranquilo, Rhett. Sabes que soy el mejor en estas cosas.

-No quiero que salga de aquí hasta que las cosas se calmen. Después puede que la enviemos a Madrid. Tengo un par de amigos allí.

Los dos hombres se giraron hacia la pequeña figura cubierta por sábanas sobre la cama al notar que se movía. Solo fue un ligero respingo, pero Rhett alargó la mano en un acto reflejo para alcanzar la jeringuilla sobre la mesita de noche. Kiara siguió durmiendo.

-Primero deshazte del bastardo. Dale órdenes a Tyler de que lo encuentren y me lo traigan. Quiero ser yo quién se lo cargue.

El hombre calvo crispó el rostro.

-No es fácil, Rhett, no es fácil... No sale de la casa de los Capobianco y tampoco podemos entrar a por él.

-Pues encontrad la forma. Ese cabrón acabará abandonando el nido y querrá hacerse el héroe con mi hija.

-¿Y si no lo hace?

-Lo hará. Es clavadito al imbécil de DD. Me cargué al padre y me cargaré al hijo.

El hombre asintió y se dirigió a las escaleras. De repente se acordó de algo y se giró.

-¿Y los Wolf? ¿Qué hacemos si se aparecen por aquí?

Rhett se cruzó de brazos.

-No vendrán.

-Pero si vienen...

-Si vienen, Kiara es una Capaldi. Nadie puede contradecir eso. Y es mi hija. No la he criado durante diecinueve años para que ahora un par de idiotas se la lleven. La mataré antes de dejar que eso pase.

Kiara no sabía si su padre iba a matarla o no, pero estaba inquieta. Dentro de su inconsciencia, una parte de sí misma conectaba con el exterior. Esa parte no enviaba mas que mal augurio.

Despertó un par de horas más tarde por un fallo en la hora de las inyecciones. Debieron suministrarle una a las ocho y media de la tarde y eran casi las nueve. Aunque estaba algo aturdida, sabía lo que pasaba.

"Oh, mierda"

¿Cómo había pasado? Ni siquiera lo recordaba. Le dolía tanto la cabeza. Olía a antiséptico y a alcohol. La estancia estaba muy limpia, nadie hubiese dicho que era un sótano. Pero Kiara sabía que lo era, porque estaba en su casa, y conocía cada rincón de arriba a bajo. Con anterioridad había servido de habitación de juguetes y después se cambió por videojuegos, pero seguía siendo la misma habitación.

Se incorporó en la cama y esperó un par de minutos hasta que remitió el mareo. La bilis subió por su garganta. Iba a vomitar en cuánto menos lo esperase, lo sabía.

-¿Hola? - intentó gritar, pero solo salió un susurro.

Encima de la mesita vio las jeringuillas. Estaban ordenadas en una cajita de metal y aparecían etiquetadas por horas. No le habían suministrado la de la última media hora. Había unas cinco en la papelera. Inspeccionó su brazo y vio que tenía varias marcas rojas en la muñeca. ¿Qué demonios le estaban metiendo en el cuerpo? De haber estado en condiciones normales habría podido leer, pero lo veía todo borroso y las letras eran tan solo un amasijo incomprensible.

Éxtasis (Saga Adrenalina II)Where stories live. Discover now