Capítulo XIX

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La puerta principal de la casa de los Capobianco estaba abierta de par en par. No había ruido alguno. Todo parecía estar en perfecto orden. Pero en el ambiente distaba mucho de sentirse paz y armonía. Había una especie de tensión latente que Hell conocía muy bien. Era la clase de tensión que se respiraba cuando la policía metía las narices donde no debía. En vez de dedicarse a poner multas de tráfico y atrapar ladrones, iban de vez en cuando a molestar un rato a la Familia más importante de Nueva York. Querían hacerse los importantes. Eran solo payasos con uniforme.

Se había puesto traje precisamente para eso. Era mucho más fácil recordarle a esa gente quién llevaba los pantalones en la ciudad con un par de miles de dólares encima. Había tenido que comprarlo a toda prisa y no acababa de sentirse cómodo. Aunque daría el pego por un rato.

En la entrada había unos cinco agentes colocando cajas de cartón mientras un tipo alto daba instrucciones. Salían de todas partes: de la cocina, del despacho, de las habitaciones de arriba... Hell estaba indignado. Su madre, sentada en una silla del comedor los observaba sin inmutarse. No lloraría delante de ellos, claro. Era Babe Capobianco, más orgullosa que el propio señor Darcy.

El tipo alto con chaqueta marrón le tendió la mano. Conocía a Hell, por supuesto. Parecía algo incómodo ante su presencia; era mucho más sencillo el registro con Babe Capobianco que con su hijo. Llevaba una acreditación colgando de cuello. Se presentó y le explicó aquel revuelo: una simple formalidad.

-Ya, formalidad – contestó Hell -. Paren todos un momento, por favor. ¿Podría enseñarme la orden de registro?

El jefe que se hacía llamar agente O'neil le tendió una carpeta con varios documentos. Babe lo miraba mientras examinaba la orden. Le dirigió una sonrisa imperceptible para que se tranquilizara. "Tranquila, mamá. Enseguida me deshago de estos idiotas", quiso haberle dicho.

-Aquí dice que la orden ha sido pedida por el FBI. Ustedes son de la comisaría – Hell arqueó una ceja.

-Tenemos el permiso del agente...

-No tienen el permiso de nadie. Les quiero fuera de mi casa en cinco minutos.

El hombre crispó el rostro. Los agentes habían dejado de revolver entre sus cosas y observaban la tensión latente sin saber muy bien qué hacer.

-Usted no es el propietario del inmueble – contraatacó el policía.

-Yo soy el propietario de lo que me salga de los huevos. Han entrado en mi casa, han profanado nuestras cosas y se han aprovechado de la indefensión de una mujer asustada. Como no estén usted y toda su pandilla de imbéciles fuera de mis terrenos en menos de cinco minutos, les juro que voy a meter semejante demanda a su maldito departamento antidroga que no van a volver a salir de la comisaría. ¿Entendido?

El agente lo advirtió de que las agresiones verbales a la policía acarreaban multas e incluso la cárcel, en un caso como el suyo, en el que ya tenía cargos.

-¿Está de forma ilegal en mi casa y se atreve a amenazarme?

Hell estaba de los nervios. No podía creerse que tuviesen la cara tan dura. Ahora entendía por qué el país iba como iba. Lo extraño es que no hubiese una mayor tasa de delincuencia, prácticamente los obligaban.

Por suerte apareció Richard con sus andares de pato. Era muy bajito, calvo y con voz de pito. Llevaba gafas grandes y un horrible traje de tweed. Pero cualquiera podría haber apostado su vida a que aquel hombre era el más cabezota e insistente del país. Nadie le ganaba un juicio a Richard.

-Tranquilo, Hell. Veamos qué quieren estos señores. Yo me encargo – dijo dándole unas palmaditas en el brazo.

-Es enserio, Richard. O los sacas de aquí o hago que salgan yo a punta de pistola – susurró él antes de dirigirse a su madre.

Éxtasis (Saga Adrenalina II)Where stories live. Discover now