Capítulo XI

14K 959 36
                                    

La habitación 6:00 tenía una enorme ventana que abarcaba prácticamente toda la pared frontal. Fue en lo único que se fijó Kiara cuando entró y dejó la mochila junto a la puerta. Llevaba productos de aseo personal, lápices y libretas. Lo había comprado todo en la boca del metro con Hell y ahora recordaba que no había cogido un paquete de tampones. Siempre tan atenta.

"Tu madre era muy amiga de Rosa", esas eran las únicas palabras que Hell había dicho acerca de su familia. "¿Cómo de amigas?", preguntó. "Muy amigas, pero ella no sabe quién eres tú. Ahí radica lo divertido".

La cama de matrimonio estaba vestida con sábanas blancas y una colcha color rosa muy suave. Toda la habitación estaba adornada con cuidado, con delicadeza, en tonos cálidos. A mano derecha había un cuarto de baño con forma circular y con una bonita bañera con patas. A Kiara no le sorprendió la manera en la que se cuidaban todos y cada uno de los detalles, sino la forma pura con la que se trataba aquel cuarto. "Se supone que es un prostíbulo", pensó. "Todo es tan, tan... Tan puro". Se abrazó a sí misma y respiró hondo. No iba a ponerse a llorar ahora. Ya había cruzado la línea, ya estaba todo hecho. Sentía una carga menos en el pecho, sentía la libertad aflorando por todos y cada uno de los poros de su piel. Se dejó caer en la cama y vio la pared de enfrente totalmente desnuda. Ni un solo cuadro.

-¿Cómo he acabado así? - preguntó en voz baja.

Las próximas horas se dedicó a instalarse, si se le podía llamar así, en aquel nuevo hogar. Podía escuchar música a través de las paredes y el entrar y salir de las habitaciones contiguas. Desde el gran ventanal que daba a la avenida, se veía los coches de lujo estacionando frente a la puerta y gente con trajes y muy bien vestidos pavoneándose por allí. Las primeras luces anunciaban el comienzo de la noche en Nueva York. Era magnífico.

-¿Puedo pasar? - se oyó una voz del exterior.

Kiara dio un respingo. Tantas horas allí encerrada la habían aislado. Ni siquiera se había dado cuenta del hambre que tenía. Le rugían las tripas. Se dirigió con paso cauteloso a la puerta y quitó el pestillo y la llave de la cerradura. Una rubia despampanante subida en tacones rosas y con un kimono negro estaba frente a ella. Tenía una expresión felina en el rostro y una sonrisa seductora que habría hecho arrodillarse a cualquiera. Entró sin siquiera pedir permiso y se quedó en medio de la habitación, sobre la alfombra de terciopelo. Parecía una modelo de Victoria's Secret.

-Kiara – saboreó su nombre y chasqueó los dedos.

Ella asintió sin saber exactamente qué decir. Ella debía ser una de las prostitutas del lugar. Al menos bailarina.

-Yvonne – se presentó y le plantó dos besos sedosos, uno en cada mejilla -. ¿Eres la que se tira a Capobianco? Bueno, una de ellas.

La rubia rio ante la cara de Kiara. Estaba más que asombrada, se sentía ofendida. Se había sentido incluso palidecer. ¿Por qué todo el mundo preguntaba lo mismo?

-Lo siento, era una broma para romper el hielo – dijo dándole una caricia y se sintió realmente extraño -. Mamá me ha pedido que te eche una mano por aquí, para que no te aburras y eso. Siento llegar tan tarde, pero no suelo levantarme antes de las seis.

-No te preocupes, estaba instalándome. Necesito algo de tiempo para... Pensar.

-Oh, ya.

Yvonne no captó la indirecta para que se marchara y se dirigió hacia la pequeña nevera junto a la televisión. La abrió y estuvo un rato hurgando. Kiara, que no era estúpida y a la que había tocado las narices, se decidió a decir también algo. No estaba en su territorio pero comenzaba a controlar aquella zona de cuarenta metros cuadrados.

Éxtasis (Saga Adrenalina II)Where stories live. Discover now