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Chan se había ido hacía un rato y nos había dejado solos con los adolescentes. Zac estaba dormido como un tronco en su cama. Después de asegurarnos de que estaba bien, que su núcleo estaba íntegro, reparado el sello y aplicado algunas medicinas para los golpes y el posible dolor que tuviera, lo trasladamos a su habitación en el aquelarre. En mi casa también tenía una pero hacía un par de años que había querido quedarse en el aquelarre con sus amigos. Habíamos tenido problemas con eso al principio por las fiestas nocturnas, pero después de la segunda semana fiestera no los reprendimos ni les dijimos que debían descansar para rendir al día siguiente. Sus profesores no sabían qué hacer hasta que les di una idea. Aumentaron las tareas, los ejercicios de entrenamiento se volvieron más duros e intensos, se les dieron más responsabilidades dentro del aquelarre. Después de una semana así se acabaron las fiestas.

Debajo de las sábanas y con respiraciones profundas estaba sumido en un sueño reparador. Esperaba que al día siguiente se despertara.

Pero, a pesar de ello y de que sentía que estaba completamente bien ahora. Kayle no quería separarse de él. Chan había confirmado que su magia estaba restaurándose, por eso se había desmayado. Algo parecido a lo que me había pasado a mí después de formar el escudo en la escuela. Lo que no nos explicábamos era qué hacía él solo en el Parque y por qué había usado esa cantidad de poder. ¿Cómo se había teletransportado? Ese era un hechizo de magia superior que consumía mucha energía y que necesitaba de un entrenamiento y precisión que Zac no tenía. Debía haber acabado ahí por otra razón. ¿Y qué clase de hechizo lo había obligado Woojin a usar para acabar en ese estado? Eran muchas preguntas.

Estaba concentrado viendo la manera en la que Kayle miraba a Zac. Le había acercado una silla a la cama ya que se había sentado en el suelo en cuanto lo habíamos dejado en la cama y le agarraba la mano. Obviamente aquello no era normal y sin lugar a dudas, había algo muy mágico y trascendental. Sobre todo porque, a pesar de la inconsciencia de Zac, él buscaba su contacto en sueños. Era obvio que estaba asustada, sin embargo, el brillo dorado de sus ojos refulgía con una fuerza antinatural y su expresión facial, la manera en la que no podía dejar de tocarlo con cuidado, como si tuviera miedo de hacerle daño. Me recordaba la manera en la que los fieles de su religión se acercaba a adorar una de sus tantas imágenes de santos.

—Es un momento delicado. —Comentó la voz rasposa de Changbin detrás de mí.

Sentí que la mía estaría igual cuando hablara.

—¿Qué pasa si él no quiere tener nada que ver con ella? —Susurré en el mismo tono que él.

Los dos estábamos apoyados en el marco de la puerta, uno a cada lado. Yo con los brazos cruzados y descansando la cabeza en la madera mientras observaba el cuadro que hacía mi pequeño brujo con mi pequeña futura Reina. Porque los dos eran míos. Y no porque Kayle fuera la supuesta futura pareja de Zac. Simplemente era mía porque era mi alumna, porque yo era su maestro y para un brujo, era una gran responsabilidad y decisión el haberla elegido. No estaba seguro de si ellos, los vampiros de la habitación, lo entendían. Por eso no muchos se dedicaban a la enseñanza. Nosotros creamos un vínculo con nuestros aprendices, necesitamos guiarlos y la única forma era vincular nuestra magia a ellos. Algo como el sello que llevaba Zac hecho con mi magia. Yo ya tenía un vínculo con todos los niños del aquelarre, pero ninguno como el que tenía con Zac. Y con Kayle necesitaría crear uno parecido, porque aquella niña sería un recipiente que albergaría un poder demasiado grande. Por suerte yo era experto en eso. Sabía lo que era tener un poder tan grande que daba miedo.

Era la pregunta que me rondaba la cabeza desde que Kayle nos lo había dicho.

Changbin se tomó unos momentos para responder.

Et Sanguis Magicae ||ChangLix|| [1] Where stories live. Discover now