Capítulo 37.

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SI HABÍA ALGO DE LO QUE ESTABA SEGURA EN LA VIDA ERA DE QUE NADA RELACIONADO A MI PADRE PODÍA SER BUENO.

Me quedé contra la pared de la sala de estar más próxima a la puerta, con Quinn a mi lado, mientras Dita cumplía con mi pedido.

—Quiero ver a mi hija —oí que decía mi padre. Siempre había tenido una voz fuerte.

—No está —respondió Dita.

—Acaba de abrir la puerta.

—Está ocupada.

—Dita, por favor —se metió Heather. Casi no pude distinguir su voz gracias a su tono bajo. Ella nunca hablaba así.

—¿Para qué la buscan?

Hubo una pausa de segundos interminables. Quinn tocó mi mano y alcé la cabeza. Había estado tan concentrada en oír a mi padre que no me había dado cuenta de que Mamá se había levantado de la cama. Estaba más pálida y ojerosa que nunca, además de tener marcas de la almohada en su mejilla. Entendí al ver la mano rodeando su estómago que no se había dignado a salir de la cama por el timbre, sino que su hambre finalmente le había ganado. Aún tenía chances de salvar la situación.

—Quiero hablar con ella sobre algo —dijo mi padre entonces.

Mamá abrió los ojos de par en par.

—No creo que eso sea lo mejor —siguió Dita, ajena a todo.

Me acerqué a Mamá con cuidado, como si fuera un animal asustadizo.

—¿Por qué no vuelves a la cama? —le pregunté con voz delicada—. Yo te llevo comida.

—¿Qué hace tu padre aquí?

—Mamá, por favor. Vuelve a la cama.

Deshizo su moño desordenado e intentó hacer una coleta lo más prolija posible. Irguió la espalda, pasando una mano por su camiseta arrugada. Como la suicida que ella era, pasó de mí y fue a la puerta. Como la suicida que yo era, la seguí. Le hice una seña a Quinn para que fuera a mi cuarto.

—Buenas tardes, Vicente —saludó Mamá con voz fuerte, como si no se hubiera pasado una semana entera en la cama.

Dita giró la cabeza en un chasquido. Asentí levemente y, al pasar por mi lado para irse, me rozó la mano con tristeza en el rostro. Esperaba que el mío no reflejara lo mismo.

—Rosa. —Mi padre, de pronto, sonaba totalmente incómodo—. Qué sorpresa.

—Es mi casa, no veo lo sorprendente en estar en ella. ¿Hay algún motivo para venir a molestar?

Él acomodó su corbata negra—¿quién en Edvey usaba traje un sábado a la noche?—con un carraspeo. Heather tenía la vista fija en el suelo, pero pude distinguir su sonrojo.

—Solo queríamos hablar.

—Entonces te pediré que te retires —espetó Mamá. Tomó una profunda respiración—. No puedes querer hablar después de tanto tiempo actuando como si tu hija no existiera y aparecer aquí a tales horas pretendiendo que te escuche. No es tu casa y te has asegurado de que no sea tu familia, así que ten un poco de consideración para la próxima vez que recuerdes que eres un padre. Adiós —agregó con una sonrisa más falsa que mi padre queriendo hablar—, que tengan una linda semana.

Cerró la puerta en sus narices. Se llevó una mano a la boca de inmediato.

—Mamá...

—No debería haber hecho eso —susurró—. No debería haberles cerrado la puerta así.

El Manuscrito (#1)Where stories live. Discover now