Capítulo 11.

7.3K 538 753
                                    

UN ESCRITOR ESTABA DESTINADO A CHOCAR CON UN BLOQUEO AL MENOS UNAS VECES EN LA VIDA.

Yo, por ejemplo, lo encontraba cada cinco minutos. Por eso en parte había decidido saltar desesperadamente a una relación con Julian, pensando que vivirlo me inspiraría lo suficiente para poder escribir en paz. Que Julian encendería la chispa de mi corazón.

Lo que no había previsto era que Julian se encargaría personalmente de dejarme en las puertas del peor bloqueo de escritor que había experimentado.

Desde aprender a escribir a los seis años, siempre se me podía encontrar creando historias cortas. Al principio era sobre princesas, sobre mi familia, cualquier tema insignificante. Con el tiempo, mientras más libros leía, más se me ampliaban las posibilidades para escribir—sobre cantantes o continuaciones a mis libros favoritos, por ejemplo

Incluso con ese repertorio tan increíble de mis obras maestras, la falta de inspiración e incapacidad para escribir por días seguía estando. La mayoría de las veces podía combatirlo con paseos al aire libre y demás trucos conocidos. Pero, en algunas ocasiones, nada servía. Esas se daban cuando mis padres peleaban, o cuando pasaba días sin comer porque mi madre se olvidaba y mi padre se iba. Ocasiones malas.

Lo que había hecho Julian el domingo se sentía peor. Peor que ver a mis padres pelear, peor que mi madre olvidando alimentar a sus hijos.

La única salida que tenía para mis emociones era escribir, enfrascarme en un mundo que yo controlaba, pero mi poca inspiración de siempre se había ido por completo junto con mi voluntad de salir de la cama y de comunicarme con el mundo exterior. El lunes no había clases, y el martes decidí ausentarme.

Pensaba hacer lo mismo al día siguiente, pero Dita apareció en mi casa muy temprano en la mañana a arrastrarme fuera de la cama. No sabía qué me había pasado, no preguntó y no me echó esas miradas que pedían que le hablara. Simplemente me pateó hasta que caí al suelo con la promesa de que, si no volvía a la vida, se encargaría de que mi abuela—a quien le había estado mintiendo diciéndole que estaba enferma—se enterara. Así que le hice caso y fui a la escuela.

Me encontraba en el gimnasio del instituto intentando sobrevivir la clase de Gimnasia cuando las grandes puertas se abrieron con un chirrido. Dejé de fingir hacer abdominales apenas distinguí quién había entrado, y me senté derecha cuando noté que esa persona estaba caminando hacia mí.

—Stacey —dijo Noah, sentándose frente a mí en el sucio suelo de madera como si no estuviera interrumpiendo una clase.

Me aparté el cabello de la cara, rogando no estar demasiado sudorosa.

—Tanner.

—Ayer te estaba esperando, ¿sabías? —comenzó con normalidad—. El viernes me dijiste que el martes me darías un texto nuevo para editar. Imagina mi sorpresa cuando no apareciste en todo el día.

—Estoy algo ocupada ahora. —Señalé a mi alrededor.

Las chicas—que estaban acostadas en el suelo haciendo abdominales, esparcidas con espacio entre todas—más cercanas a nosotros escuchaban con mal disimulo. La entrenadora se había ido a buscar conos para nuestra próxima actividad y no tardaría en volver.

—No me importa. No puedes desaparecer así como así sin darme el texto.

—Tuviste toda la mañana para decírmelo y luego de esta hora tendrás el resto de la tarde. ¿Es necesario hacer esto ahora?

—Sí. ¿Tienes el texto o no?

Tomé aire, bajándome el cuello de la remera como si así pudiera respirar mejor. El uniforme de Gimnasia—una simple camiseta verde con pantalones anchísimos negros—, además de horrible, era caluroso. Siempre que me lo ponía terminaba sintiendo como si estuviera en un horno, aunque no hiciera actividad física en toda la hora y sólo fingiera cuando la entrenadora me miraba.

El Manuscrito (#1)Where stories live. Discover now