Capítulo 5.

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SENTÍA QUE ESTABA A SEGUNDOS DE MORIR.

Mi abuela nunca me llamaba a menos que fuera una emergencia. En realidad, nadie que me conociera me llamaba, punto. Todos sabían que me costaba hablar por teléfono, no sabía por qué, así que habían prometido dejar de hacerlo.

—¿Qué pasó? —dije apenas atendí.

—No te asustes —contestó mi hermano. Fruncí tanto el ceño que dolía.

—¿Qué haces con el celular de la abuela? ¿Dónde estás? ¿Le pasó algo, o a mamá? —pregunté, una duda llegando detrás de la otra apenas dejándome respirar. Era fácil pensar en todo lo malo que habría llevado a que mi hermano me llamara, y yo no era una persona particularmente positiva.

—Ven a casa —fue lo único que dijo antes de terminar la llamada.

Me quedé unos segundos mirando la pantalla. ¿Qué mierda había sido eso?

—¿Liv? —Dita sonaba casi tan asustada como yo.

—Juntemos las cosas, tengo que ir a casa. Ahora.

Sacudí un poco la cabeza como si eso pudiera vaciarla de todos los pensamientos oscuros que tenía. Con manos temblorosas, la ayudé a juntar todas las pinturas y la manta.

Dita condujo tan rápido como estaba permitido. En el camino, me dediqué a tirar de mi corto cabello o a jugar con mis manos, que no parecían poder quedarse quietas. Mi pierna rebotaba en el lugar y, aunque Hunter había dicho que no me asustara, solo una pregunta quedaba en mi cabeza: ¿Y si algo le había ocurrido a mamá?

Apenas aparcó frente a mi casa, salí corriendo sin siquiera recordar tomar mi mochila del asiento. Cuando llegué a la puerta me di cuenta de que, claro, no tenía mis llaves, así que comencé a golpear con un puño mientras que dejaba la otra mano pegada al timbre. Mi hermano llegó a abrir la puerta unos segundos después y, sin darle tiempo a explicar nada, seguí corriendo hasta la habitación de mamá. La puerta estaba abierta como siempre a esa hora. Entré sin pensarlo dos veces y me acerqué al costado de la cama donde siempre dormía mamá. Aparté las mantas para ver, agradecida por la luz del pasillo.

Sentí que me volvía el alma al cuerpo.

Allí estaba, durmiendo a las ocho de la noche, pero viva de todos modos. Y parecía estar bien, dentro de lo que consideraba normal en los últimos meses.

Volví a la sala de estar donde, para mi sorpresa, me encontré con Julian además de Hunter y Dita.

—¿No me podías decir —pregunté, el pánico rápidamente dando paso al enojo—, que mamá está bien cuando me viste o te divierte que esté al borde de un ataque cardíaco?

—Estabas muy concentrada corriendo. —Hunter se encogió de hombros.

—¿Dónde está la abuela?

—Tenía que ir al médico y me llamó para ver si podía venir a vigilar a mamá.

—¿A ti? ¿No se supone que vives en la ciudad ahora?

¿Por qué no me había llamado a mí?

—Estaba en el pueblo.

¿Cómo podría haber sabido eso la abuela?

—Oh, Dios. ¿La llamaste para que ella se encargara de todo? —le recriminó Dita.

—Claro que no, no soy tan mala persona —fingió indignarse. Nadie le creyó—. Nos aburríamos y ya.

Enarqué una ceja. No me creía que me hubiera llamado porque se aburría y quería compañía. Mi compañía.

—Tienes a Julian, alcohol en la cocina y probablemente marihuana en tus bolsillos. Imagino que eso es más divertido que yo.

El Manuscrito (#1)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz