Capítulo 43.

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CUANDO CREÍ QUE EL DÍA NO PODÍA SER MÁS PERFECTO, LLEGÓ DITA A DEMOSTRAR LO CONTRARIO.

Lo primero que oí fue la puerta de entrada abriéndose, seguida de gritos que no me costaron reconocer.

Con una mirada irritada a Noah, salí del cuarto, causando que Dita y Hunter se callaran apenas me vieron. No fue suficiente para ocultarme su pelea, ya que ambos parecían a punto de echar humo por las orejas.

—Feliz cumpleaños —Hunter interrumpió el silencio—. Lamento no haber venido antes.

Intercalé la vista entre él y Dita sucesivamente, intentando entender qué había pasado. No se habían hablado desde aquella vez a mi salida de terapia y, a pesar de la gravedad del asunto, sabía que Dita nunca le habría gritado. ¿Entonces qué había cambiado?

—Gracias.

—He traído cerveza. —Levantó la bolsa que llevaba en una mano—. Ya sabes, ahora que puedes beber.

—Gracias. —Asentí sin escucharlo del todo, mi vista fija en Dita.

—Porque ahora es legal para ti.

—Gracias.

—También he matado a Papá en el camino. Regalo extra.

—Gracias, Hunter. —Me acerqué a Dita con ojos entrecerrados. Su seriedad era inusual—. ¿Algo más que hayas hecho en el camino?

Eso fue lo necesario para que se callara y fuera a la cocina refunfuñando.

—Tengo algo para ti. —Dita se aclaró la garganta, parpadeando rápidamente—. Costó conseguir la aprobación de tu abuela, pero no se pudo resistir a mí.

Apreté los labios. Si quería ignorar el tema, bien. No era nadie para reprocharle.

—¿Qué?

Sonriendo un poco, dejó su bolso en el suelo.

Una cabeza peluda se asomó de inmediato por la rendija abierta. Quedé boquiabierta.

—Sé que siempre has querido uno...

Me arrodillé para ayudar al cachorro a salir del bolso. Era diminuto, completamente negro y temblaba en mis brazos. No sabía de qué raza era—porque solo distinguía a caniches y dálmatas por nombre—; era precioso, de pelaje suave y rizado. La sonrisa en mi rostro comenzaba a doler de tan marcada que estaba, pero era imposible borrarla.

Había hablado incontables veces sobre lo mucho que quería un perro desde la vez que habíamos visitado el refugio a principio de año. No había pensado que me hubiera estado escuchando realmente.

Una vez que lo dejé en el suelo, comenzó a olisquearme con timidez. Cuando se aburrió de mí, camino con patitas ruidosas hasta Dita, luego por detrás, y acabó escondiéndose debajo del sofá. Me paré de un salto y me abalancé sobre Dita, quien casi cayó al suelo de la sorpresa.

—Si hubiera sabido que eso necesitaba para que me abraces—murmuró—, te habría dado uno hace años.

—Gracias, gracias, gracias.

Me separé y fui a acostarme en el suelo junto al sofá, de lado para poder ver al perro. Asomó la cabeza y volvió a oler mi mano. Luego de unos segundos, la lamió. Mi corazón se derritió al instante.

—¿Cómo lo llamarás? —preguntó Quinn, asomándose por el brazo del sofá.

—Ah, mierda. Dita. —Volteé a verla, encontrándome con que estaba hablando con Noah por lo bajo. ¿Y eso?—. Nómbralo tú.

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora