Capítulo 24.

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EL FIN DE SEMANA REFLEJÓ MI PROPIO HUMOR.

Gris, frío y solitario.

No sabía por qué me sentía tan mal, así que me enfrasqué en mi escritura y películas trágicas para que no se me ocurriera sobreanalizar mi estado de ánimo. Escribí historias cortas y bastante tristes; escribí una carta a mi padre sacándome todo lo que sentía del pecho y luego la quemé; y escribí una carta a mi yo del futuro para también intentar desapegarme de mis miedos por crecer. Cuando no estaba actuando como si fuera una poeta de mierda, estudié para mi examen de Física como si fuera lo más importante de todo el universo porque, en cierto sentido, lo era.

El sistema utilizado en mi escuela era extraño. Si reprobaba la mitad de mis asignaturas en el primer trimestre podía ser expulsada. Se llevaba a cabo una especie de juicio entre los profesores de las asignaturas reprobadas, la celadora—quien en la práctica era más como una secretaria administrativa—y la rectora de la escuela, donde se debatía si se debería dar una segunda oportunidad al alumno en cuestión o si la expulsión debía ser inmediata. En la mayoría de los casos acababan acordando que el alumno sería monitoreado de cerca por el resto del año y a la menor falla sería expulsado.

El reprobar y poder perder el lugar en la escuela sólo se podía dar en el primer trimestre. Durante el resto del año, reprobar una asignatura no significaba expulsión sino escuela de verano; era por ello que los primeros exámenes eran tan importantes y tenían a cada alumno desviviéndose por aprobarlos. Generalmente yo también era lo suficientemente inteligente como para esforzarme desde el principio y relajarme apenas terminaba el primer trimestre, pero el hecho de haber sido abandonada por mi padre y la depresión de mi madre llegando a su punto más bajo impedían que mi primera preocupación fuera la escuela. Lógico. Probablemente por ello Beatriz me perdonaría mis miles de faltas y había alertado a mis profesores que se tuviera consideración conmigo, y era así como había conseguido mi recuperatorio de Física.

El lunes había dormido dos horas por mi miedo a ir a "juicio" y que me expulsaran. Aún no me habían entregado todas mis notas por lo que no sabía si Física era la única asignatura que había desaprobado, así que debía esforzarme como si toda mi vida académica dependiera de ello.

Me encontraba en la cocina, dormitando sobre mi libro de Física, mi segundo café de la mañana en una mano y mi resumen para el examen en la otra. No podía ni mantener la cabeza recta. Fue así como me encontró Mamá.

—Livi —dijo en medio de un bostezo—. ¿Qué haces despierta tan temprano?

Me enderecé en mi taburete, parpadeando con fuerza para que mi vista se aclarara. Estaba tan cansada que ni siquiera le pregunté qué hacía ella fuera de la cama.

—Tengo examen hoy —respondí con un bostezo gemelo.

Asintió y se puso a preparar un gran desayuno. Me sorprendió que tuviera tanto apetito de repente, siendo que solía rechazar su comida. Quizás estaba pasando a una nueva etapa de su depresión. Cuando terminó sus tostadas, su café, se sirvió jugo y tomó un plato de frutas, se sentó frente a mí. Cerré el libro de Física con el resumen dentro, ya no pudiendo ni queriendo concentrarme.

—Te iba a despertar luego de desayunar para ir juntas a la escuela —dijo, ofreciéndome una tostada. Negué con la cabeza, no creía que pudiera probar bocado hasta que terminara el examen.

—¿Por qué?

Tardó unos segundos en contestar.

—Me ha llamado tu psicóloga, ¿Renée, era? Quiere conocerme.

Renée sabía que mi madre tenía dificultad para salir de la cama, ¿por qué le pediría que fuera a la escuela?

—Pero si sólo estoy con ella porque...

El Manuscrito (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora