Capítulo 18.

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LA SEMANA PASÓ CON LA RAPIDEZ Y CRUCIAL, TERRORÍFICA LENTITUD CARACTERÍSTICA DE LA ÉPOCA DE EXÁMENES.

Sin contar el estrés, el llanto y mis ganas de suicidarme, había pasado la semana más tranquila del año. Eso cambió el viernes apenas terminó mi clase de Física y tuve que ir a la oficina de Renée para mi primera sesión. Mientras golpeaba suavemente la puerta de vidrio, incluso preferí estar en Literatura—la clase que habría tenido en ese momento si no hubiera sido por el trato con Beatriz—debatiendo con Noah.

—¡Olivia, qué puntual! —exclamó la psicóloga al verme—. Ven, pasa.

Su oficina me recordaba bastante a la de Beatriz. La apariencia era igual de acogedora, aunque en vez de cuadros con su familia, Renée tenía frases positivas por doquier. Tuve que reprimir una carcajada al leer lo que decía el cuadro sobre su escritorio: "Sueña en grande. Enamórate. Llora y ríe. Ve el amanecer". Al menos la escuela se ocupaba de que dos de esas cosas se cumplieran. Qué considerados.

Me senté en el sofá color crema delante de su escritorio, y ella se sentó en una de esas sillas gigantes giratorias detrás de éste. Apagó la música clásica que había estado sonando con una sonrisa. Contuve un escalofrío; sentía que estaba por ser torturada.

Comenzó a explicar cómo serían nuestras "sesiones". Dijo que le gustaría llegar a conocerme y, sí, hablar sobre mis problemas ya que para eso estaba allí, pero que no estaba obligada a hacerlo. Luego me preguntó cosas básicas sobre mí. Me sorprendió lo fácil e inocente que era. ¿Qué tenía que ver que mi color favorito fuera el rosa, aunque habría preferido morir a usarlo en ropa, con la depresión de mi madre? No se lo mencioné, claro. Mientras más la pudiera alejar de los temas que importaban, más fácil sería mi vida.

Fue cuando llegaron las preguntas sobre mi futuro que me volví a sentir tan incómoda como al principio.

—¿Qué te gustaría estudiar en la universidad? —inquirió, con el mismo tono sereno y despreocupado de antes. Como si no me hubiera soltado una bomba en el regazo.

Me removí en mi lugar. ¿Cómo le decía que estaba a seis meses de terminar la secundaria y no tenía la menor idea de lo que quería hacer en el futuro?

—Algo relacionado con letras, supongo. Mientras que no hayan números estoy bien.

Asintió comprensiva, como si le hubiera dicho algo revelador.

—Creo haber leído en tu archivo que eres parte de una competencia de escritura. ¿Te gustaría escribir en el futuro?

—Claro que sí, pero no creo que ocurra.

—¿Por qué no?

Le di una sonrisa algo triste; había dado en el clavo. Había encontrado el tema por el que podía hacer que me abriera.

—No creo que sea tan buena escribiendo como para que se convierta en un futuro estable. Me gustaría tener dinero —agregué—, y lo que escribo no vendería lo suficiente ni para comprar pan.

Eso fue un error. Lo había dicho como una broma, siendo que mi humor se basaba en desprecio a mí misma o comentarios suicidas. Error, error, error. Anoté mentalmente que no debía hacer eso frente a una psicóloga.

Su rostro no abandonó su ligera sonrisa amable, pero su mano volaba en el cuaderno sobre su escritorio, escribiendo con tanta rapidez que supe que había arruinado todo.

—No deberías dejar que el miedo al fracaso te detenga —dijo—. Si quieres escribir, haz eso sin importar lo demás. Sólo el tiempo dirá. —Me tragué una risa. Esa mujer se había comido alguna publicación de Facebook del 2013—. Cuéntame sobre esta competencia. ¿Cuándo ocurrirá?

El Manuscrito (#1)Where stories live. Discover now