2. La difícil tarea de ser rey

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Llevaba toda una vida en el bosque.

Una horrible vida, sola, oculta del mundo, con frío, en la oscuridad, una vida que... es más, ni se le podía llamar vida, estaba perdida, casi extinta, en huesos porque apenas y comía algo, y el miedo y la muerte la asechaban a todas horas, no la dejaban en paz ni un minuto, eran casi tan hostigantes como los rayos de un fuerte sol que lastimaban sus negros y opacos ojos.

Ser un brujo no era nada bonito en esos tiempos.

Ella tenía poder, sí, un enorme poder con demasiado potencial, enorme casi como la tierra misma, como el universo, su magia era una cosa maravillosa, una cosa fantástica e irreal, casi como un sueño, una cosa que había aumentado pasándose al lado oscuro, cambiando su alma por la de cientos de brujos con los que había acabado para tener mayor oportunidad, y lo usaría para sobrevivir, fuera como fuera.

Pero estaba sola, una bruja no era nadie contra ese horrible mundo, menos si su hijo no estaba con ella, menos si no lo hallaba como aliado, aunque realmente dudaba poder encontrarlo en algún momento, llevaba años buscándolo, casi veintidós y nada, no lo encontraba y tampoco le importaba mucho, no lo amaba de todas formas y solo le serviría para tener a alguien a quien mandar, alguien que la obedeciera, pero no era primordial.

Así que decidió hacer cosas más importantes, decidió dejarse guiar hacia la fuente, hacia el ser, hacia el brujo con más magia en el planeta, un pequeño omega con el cielo en los ojos que estaba en la misma precaria situación que ella, escondido en el bosque, huyendo.

Lo vigiló día y noche, lo siguió durante semanas esperando el momento perfecto para proponerle un trato, pero de un momento a otro se esfumó, se esfumó de la faz de la tierra como la neblina en un día soleado, se esfumó como si se lo hubiera llevado el viento, sin dejar rastro, con demasiados humanos ocultando su magia, ocultando su paradero, haciéndole imposible esa misión.

Ella sabía que debía encontrarlo, tenía qué, le habían propuesto un trato y debía aceptarlo, Vanja debía ganar por sobre todas las cosas, ella debía ser la bruja más poderosa, sabía que debía encontrar al omega y proponerle que se uniera a ella para lograrlo, o debía acabar con él porque era su mayor rival.

Debía acabar con él si la negaba, debía ser la mejor, debía dominar al mundo empezando con esas tierras divididas que no tenían oportunidad contra la magia.


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Harry estaba más que molesto.

Todo ese día estaba saliendo mal, realmente mal, peor que cualquier otro día y no eran ni las tres de la tarde.

Bueno eso no era novedad, a decir verdad todos los días le salían mal, desde hace dos años no tenía un día que pudiera considerar como pasable o mínimamente bueno, sentía el estrés en su cuerpo a todas horas, asechándolo día y noche como un espía molesto que solo quería acabar con él, sentía que todo lo que hacía le salía mal, que estaba deshonrando la memoria de su padre y sabía que era un muy mal rey, de eso no había duda.

Para empezar con su trágica jornada, el golpe que le había dado el omega castaño en el bosque aún le dolía como el infierno, se veía pequeño, pero el puñetazo se lo había dado con una enorme fuerza de titan que lo había desorientado un momento al no esperarlo porque se había embobado viendo sus hermosos ojos azules, y le había dejado un notorio moretón que aun después de una semana no se le quitaba, tenía la mancha morada en su ya magullada mejilla y le dolía con tan solo hablar.

Además ese día había pasado toda la mañana con Björn, haciéndole algunas preguntas a los omegas y el beta que habían encontrado en las afueras de Vanja y que habían traído consigo como rehenes, algo de lo que realmente no se enorgullecía porque podía considerarlo como trata de personas, y el viejo brujo los descartó al primer vistazo y confirmó con los interrogatorios que ninguno de ellos era el hechicero que faltaba en ese rompecabezas para acabar con la guerra de una vez por todas.

Runaway [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora