Epílogo

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Haber combinado sangre celestial con sangre demoniaca había sido una equivocación enorme.

Todos en el cielo y el infierno lo sabían, la magia no debía existir, no era bueno, los dioses estaban demasiado molestos por esa contaminación de su sangre, pero lo ignoraban como las plegarias de la gente que habían creado, y los demonios no hacían nada al respecto porque su creador amaba el caos que un poco de sangre de una de sus hijas hacía, haciendo enojar a los seres superiores que lo habían expulsado del paraíso.

Pero no era normal esa especial energía.

Ante esa magia, la tierra había estado viviendo mucho tiempo en un desequilibrio y pronto la balanza se debía inclinar hacia un lado, al lado de la infelicidad, de la pérdida de la esperanza, de la oscuridad.

Ragnar, uno de los miles de demonios del inframundo estaba enojado, muy enojado por dejar de ser la criatura más poderosa, al menos si regresaba a la tierra, y todo por un capricho de un ángel y un demonio rebeldes, y quería justicia.

Quería que la tierra ardiera al eliminar la magia, al eliminar a cualquier criatura que pudiera salvar a los humanos que tanto odiaba, que no merecían existir, que solo servirían para obedecerle, para ser sus fieles sirvientes y hacer que tuviera una vida mejor que la que tenía en el inframundo.

Después de siglos, encontrando la oportunidad perfecta en un leve descuido, pudo romper la jaula en la que su padre lo había encerrado desde que había sido desterrado de la tierra por tratar de cumplir con esa misión que llevaba siglos en pie, pudo escabullirse como rata por cada rincón y esquina del infierno y, trepándose en demonios menores, que por alguna razón eran mandados a la tierra, pudo escapar para, ahora sí, cumplir su objetivo.

Eliminar la magia de la tierra, devorarla, restablecer el orden que su padre no pudo hacer porque era tan débil, él debía llenar el mundo de oscuridad al eliminar la tan especial magia.

Y empezaría eliminando tres de las mayores fuentes de esta, las hadas y dos brujos.


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En menos de dos segundos una fuerte tormenta se desató en Sigrid.

Louis habría jurado que eso era obra de Lena, a veces eso pasaba, su hermana desataba tormentas cuando estaba demasiado estresada o triste.

Pero no era posible que ella fuera la causa, Lena estaba muerta y el clima simplemente estaba loco esos días, como los rayos de la noche anterior que se asemejaba al caos que tenía en su mente en ese momento.

-Creo que es mejor que pasen a la casa - opinó el omega haciéndose a un lado para que hada y cachorro pasaran y no se mojaran en esa torrencial lluvia que lo estaba poniendo algo nervioso.

Claro, más nervioso después de esa inesperada llegada.

-Gracias.

Le dijo ella pasando y caminando por el umbral con un aire de importancia e inteligencia como con el que cierta omega elfa solía caminar solo que ella no imponía ni un poco de miedo como Ylva.

-¿Entonces? - preguntó el alfa una vez que todos estuvieron sentados en los cómodos sillones de esa oscura sala y Louis lo apoyó.

- ¿Quieres por favor explicarnos que es todo esto? ¿Debemos cuidarlo? ¿De qué debemos cuidarlo? ¿Por qué nosotros?

-Deben cuidarlo porque está escrito en el destino - respondió Akness tranquilamente - Humano, brujo y un cachorro.

-Sigo sin entender - admitió Louis y el hada pensó un momento lo que debía decirle para después volver a hablar seriamente.

Runaway [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora