17. Una extraña calma

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Ella se encontraba débil.

Muy débil, tan débil como la rama de un árbol seco, tan débil como el cristal, como las páginas de un libro viejo.

Su cuerpo dolía, cada parte dolía, no podía moverse, sentía sus músculos expuestos en ciertas partes de todo su cuerpo gracias a las horribles quemaduras que tenía e incluso sus lágrimas llenas de impotencia que soltaba la hacían retorcerse en dolor.

Estaba resguardada en una fría y oscura cueva que seguramente había sido refugio para cualquier otro brujo en su situación, huyendo de la muerte o esperándola temerosamente porque sabía que tarde o temprano llegaría y la haría pagar todo lo que había hecho, todo lo que volvería a hacer si tuviera la oportunidad con tal de ganar, con tal de ser alguien, con tal de tener poder.

No sabía cómo es que había salido viva del campo de batalla.

Había sentido el fuego quemarla, había sentido el fuego destrozar su ser, había sentido el mismísimo infierno en la tierra y aún así seguía allí, viva, agonizante, en el único hogar que había tenido, en medio del bosque.

Pero sabía muy bien que allí no iba a acabar esa guerra.

Había perdido, ella había perdido y ardía de la ira, ardía de furia e impotencia porque sabía que no había sido su culpa, sabía muy bien quién había frustrado sus planes, sabía que si él no estuviera habría ganado y no le agradaba la idea que un omega débil y tan encariñado con los humanos la hubiera vencido cuando nadie, nadie nunca lo había hecho, no era justo, no era nada justo.

Y aunque estaba tan débil que no podía ni sostenerse en pie, sabía que allí no acabaría todo.

La guerra no había sido por nada y debía ganar de una u otra forma, la oscuridad en su magia se lo aseguraba, no había vendido su alma para nada, no había dejado que el lado oscuro, el lado que los brujos no se supone que deberían usar, tuviera su alma, su humanidad por nada, no había matado a tantos de su clase por nada y no se rendiría ni loca, ni muerta.

Aunque no estaba segura de que pudiera morir, es decir ¿por qué el fuego del único dragón vivo no había terminado con ella?

No lo sabía, no lo sabía, suponía que había sido por lo mismo que había acabado con tantos de los de su especie para usar su sangre y mantenerse viva por un largo tiempo y estaba funcionando.

Pero lo que sí sabía era que, nuevamente, necesitaba aliados, solo que ahora ya no humanos, ellos no servían de nada, la asqueaban, su debilidad, su arrogancia, la bondad de unos pocos la enojaba y lo repudiaba y no quería tener nada que ver con ellos, no los necesitaba y los aniquilaría cuando pudiera.

No quería a ninguno de aliado, ahora más que nunca necesitaba a alguien a su altura, un brujo, un brujo muy poderoso y sabía perfectamente a cuál.

Su hijo.

Debía buscarlo a toda costa, debía buscarlo en esas tierras mágicas, del otro lado del enorme océano del este, en el cielo y debajo de las piedras como al parecer había hecho Björn.

Él había sido inteligente al dedicar los últimos años a buscarlos y ella debía imitarlo, encontrar al suyo, ganar su confianza, manipularlo y después usarlo para acabar de esto de una buena vez.

Así que cuando hubo ganado algo más de fuerza, no como ella quisiera pero sí lo suficiente como para poder teletransportarse tan lejos como quisiera, comenzó su ardua tarea de encontrarlo. 

Sentía su magia, la sentía como si fuera propia, lo sentía merodear por algún lugar lejos de ella, solo que no sabía cómo localizarlo, los inútiles humanos disminuían su intensidad y confundían su paradero y estando tan débil no le estaba siendo nada fácil, había ido de costa a costa, de norte a sur, incluso estuvo camuflada como una habitante de Sigrid, pero no estaba, no lo encontraba.

Runaway [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora