𝐕𝐄𝐈𝐍𝐓𝐄

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"Sobrenatural" 

—No puedo confiar en ti si no me dices la verdad....Si no me vas a contar, no te me acerques..— 

Había pasado una semana después de que descubrí que Bright era el que me visitaba todas las noches

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Había pasado una semana después de que descubrí que Bright era el que me visitaba todas las noches. 

Ya no había marcas en mi cuello después de eso. 

Realmente no sé en qué pensar todo, es muy confuso, todo es un enredo, para mí, sé que él me mintió cuando dijo "No estoy escondiendo nada" por como lo dijo. Revuelvo mi desayuno con desánimo, levanto la cabeza y me topo con la mirada preocupada de mi madre. Desde que entre a la escuela aquí en Chicago he perdido bastante la comunicación con ella, y quizás si le digo lo que está pasando me mande a un psiquiatra, porque esto parece tan irreal que hasta a mí me cuesta entender y procesar todo esto. Escucho a mi padre bajar apresurado por las escaleras. Por su expresión entendí que iba tarde al trabajo. Terminé mi desayuno, y coloqué los platos sucios  en el fregadero, le di un beso en la mejilla a mi madre, y salí a la parte de afuera, para mi sorpresa al salir me encontré con dos carros estacionados, el de mi padre, y otro completamente desconocido. Al principio pensé que era el auto del vecino, pero no era así.

—Winnie..como vas a último año y luego irás a la universidad pensamos que sería mejor que dejaras esa bicicleta, y la cambiaras por un auto...—

—Pero...—

—¡Vamos tienes tu licencia hay que sacarle provecho!—

Mi padre me entregó las llaves y lo ví alejarse. Sé conducir, pero supongo que siempre he tenido miedo de terminar en el hospital por algún choque. Mientras conducía hacia la escuela, para distraerme de mi temor a sucumbir, a entregarme a especulaciones no deseadas sobre Bright Vachirawit.

Cuando llegué al instituto y salí del coche, vi el motivo por el que no había tenido percance. No se porque en ese momento recordé el beso que me había dado con Bright pero, me hizo sentir algo...preocupado. Estaba de pie junto a la parte trasera del vehículo, intentando controlar aquella repentina oleada de sentimientos que me embargó al ver las cadenas, cuando oí un sonido extraño. Era un chirrido fuerte que se convertía rápidamente en un estruendo. Sobresaltado ,alcé la vista. Vi varias cosas a la vez. Nada se movía a cámara lenta, como sucede en las películas, sino que el flujo de adrenalina hizo que mí mente obrara con mayor rapidez, y pudiera asimilar al mismo tiempo varias escenas con todo lujo de detalles. Bright Vachirawit  se encontraba a cuatro coches de distancia, y me miraba con rostro de espanto. Su semblante destacaba entre un mar de caras, todas con la misma expresión horrorizada. Pero en aquel momento tenía más importancia una furgoneta azul oscuro que patinaba con las llantas bloqueadas chirriando contra los frenos, y que dio un brutal trompo sobre el hielo del aparcamiento. Iba a chocar contra la parte posterior del monovolumen, y yo estaba en medio de los dos vehículos. Ni siquiera tendría tiempo para cerrar los ojos. Algo me golpeó con fuerza, aunque no desde la dirección que esperaba, inmediatamente antes de que escuchara el terrible crujido que se produjo cuando la furgoneta golpeó contra la base de mi coche y se plegó como un acordeón. Me golpeé la cabeza contra el asfalto helado y sentí que algo frío y compacto me sujetaba contra el suelo. Estaba tendido en la calzada, detrás del coche color café que estaba junto al mío, pero no tuve ocasión de advertir nada más porque la camioneta seguía acercándose. Después de raspar la parte trasera del monovolumen, había dado la vuelta y estaba a punto de aplastarme de nuevo. Me percaté de que había alguien a mi lado al oír una maldición en voz baja, y era imposible no reconocerla. Dos grandes manos blancas se extendieron delante de mí para protegerme y la furgoneta se detuvo vacilante a treinta centímetros de mi cabeza. De forma providencial, ambas manos cabían en la profunda abolladura del lateral de la carrocería de la furgoneta. Entonces, aquellas manos se movieron con tal rapidez que se volvieron borrosas. De repente, una sostuvo la carrocería de la furgoneta por debajo mientras algo me arrastraba. Empujó mis piernas hasta que toparon con los neumáticos del coche marrón. Con un seco crujido metálico que estuvo a punto de perforarme los tímpanos, la furgoneta cayó pesadamente en el asfalto entre el estrépito de las ventanas al hacerse añicos.

𝐒𝐖𝐄𝐄𝐓 𝐒𝐌𝐄𝐋𝐋𝐈𝐍𝐆 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃¹© {BRIGHTWIN}Where stories live. Discover now