CAPITULO 5

2.3K 138 19
                                    

    ¡Silencio en cubierta!

    ROBERT LOUIS STEVENSON,
La isla del tesoro

    5 de abril de 1916. Cerca de la medianoche.

El ronroneo del motor se convirtió en un fiero rugido que consiguió que Lauren abriera los ojos y tomara consciencia de lo que le rodeaba. Ante su mirada desenfocada apareció una ancha avenida cercada por estilizados árboles. Parpadeó desorientada hasta que comprendió que el motor hacía tanto ruido porque estaban subiendo una cuesta. Satisfecha por haber hallado la solución al acertijo se removió hasta encontrar una postura en la que sus doloridas costillas dejaran de quejarse y cerró los ojos. Los volvió a abrir un segundo después, alarmada. Había algo que no iba bien. Algo que faltaba. Frunció el ceño, y el súbito pinchazo que sintió en la frente trajo consigo el recuerdo y con este, el despertar de la consciencia. Acababa de darse cuenta de qué era lo que faltaba: el ruido de la ciudad.

    No oía nada salvo el motor del coche. Los sonidos de la urbe habían dado paso a una extraña paz. Extraña, porque Barcelona jamás dormía, ni siquiera de noche. Faltaban las voces de las fulanas del puerto, el sonido de los cascos de los caballos chocando contra el pavimento, el bullicio marrullero que salía de las tascas... ¿Acaso se había quedado sorda? Asustada, se tocó la oreja, y el dolor estalló.

    —Ese cabrón te dio un buen golpe —escuchó la voz del chófer—. Pero no creo que sea demasiado grave... al menos ese. Los de los riñones sí pueden ser peligrosos. Vuelve a dormirte. Cuando lleguemos llamaré a Doc para que te eche un ojo.

    Lauren asintió sin prestar atención a sus palabras. Podía oírle y eso era lo único que le importaba. Observó en la penumbra sus dedos, no podía verlos bien, mas estaba segura de que el líquido denso que los manchaba era sangre que manaba de su oído. Pero no estaba sorda. ¿Entonces por qué solo escuchaba el rugido del motor? ¿Por qué no las peleas de borrachos? ¿Por qué no el sonido de las bocinas de los barcos entrando a puerto o el estruendo de las fábricas que jamás cerraban? Se irguió en el asiento y observó con atención lo que le rodeaba.

    —¿Dónde estamos? —preguntó perpleja mientras contemplaba las casas y palacetes que se levantaban a ambos lados de la carretera apenas iluminada por las farolas.

    —En la avenida del Tibidabo.

    —¡Estamos al otro lado de la ciudad! Tenías que llevarme a la Barceloneta.

    —No. Dije que te llevaría a casa y tu casa está justo delante de ti —afirmó Enoc deteniéndose frente a unas altas puertas ancladas a un muro de recias verjas de hierro. Tras este, imponente y amenazadora, se alzaba una elegante mansión.

    —¿Ah, sí? ¿Desde cuándo vivo en un palacio? —Lauren abrió la puerta del coche, decidida a apearse antes de que se abrieran las rejas. Lo último que necesitaba esa
maravillosa noche era que la guardia le detuviera por entrar en la casa de un ricachón.

    —¿Adónde crees que vas? —Enoc le retuvo con una mano mientras que con la otra tocaba insistentemente la bocina.

    —Lejos de aquí —replicó Lauren soltándose para acto seguido encararse a él—. Estoy en deuda con usted por salvarme de esos tipos, y es una deuda que pienso pagar... pero por nada del mundo voy a entrar ahí —aseveró señalando la mansión.

    —Ya lo creo que vas a entrar.
    El chirrido de las puertas al girar sobre sus goznes hizo que Lauren se sobresaltara y girara la cabeza con violencia. Todo pareció dar vueltas, haciéndole tambalear.

    —No hagas movimientos bruscos si no quieres marearte, me temo que ese malnacido te ha roto el tímpano —masculló Enoc observándole con atención.

Amanecer Contigo, Camren G'POpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz