CAPITULO 32

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Dos rojas lenguas de fuego que a un mismo tronco enlazadas se aproximan, y al besarse forman una sola llama.

    GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

    5 de agosto de 1916

    Camila se detuvo ante el dormitorio de Lauren e inspiró profundamente, decidida a tomar las riendas. No estaba dispuesta a seguir aceptando que ella le diera un tímido beso de buenas noches para luego verle marchar. Ya iba siendo hora de retomar las antiguas costumbres.

    Poco a poco Lauren estaba volviendo a ser la que era, había dejado de encerrarse en la biblioteca e intentaba dormir por las noches, aunque ella sabía que las pesadillas seguían apareciendo, solo que lograba vencerlas por sí misma. O tal vez con la ayuda de los bastonazos que el capitán daba al recorrer la casa cada noche. Durante el día intentaba comportarse con cierta normalidad, y casi lo habría conseguido, de no ser porque evitaba mirarles a ella y al capitán cuando se los encontraba. Y por eso, tanto Camila como el capitán se habían ocupado de coincidir con ella a cada instante. No le iban a permitir encerrarse en sí misma de nuevo.

    El capitán atacaba la repentina timidez de Lauren de la única manera que sabía, regañándole por tonterías hasta que esta estallaba y todo volvía a la rutina. Pero ella no podía hacer lo mismo. No se le daba bien sacar a la gente de sus casillas, y menos aún a Lauren. Pero sí podía utilizar otras artimañas. Y eso iba a hacer en ese mismo instante.

    Entró en la habitación y, a pesar de hacerlo en silencio, Lauren saltó de la cama.

    —Camila... —se incorporó sobresaltada, mirándola nerviosa.

    Su inquietud se aquietó al ver el pudoroso camisón que la cubría desde los pies hasta el cuello, los botoncitos bien cerrados impidiendo que se mostrara ni un resquicio de piel. Respiró tranquila y se tapó con las sábanas para intentar guardar el decoro como haría un caballero. No le iba a dar motivos a Camila para alejarse de ella. Y en ese momento se le ocurrió que tal vez ella no le había esperado en su alcoba porque no quería que fuera a darle el beso de buenas noches. Quizá estaba allí para pedirle que no volviera a visitarla nunca más. Sintió que el corazón se le desgarraba dentro del pecho, pues vivía cada día esperando ese efímero momento.

    —Iba a ir ahora a desearte buenas noches —dijo, mirándola a los ojos por primera vez en muchos días, rezando por que ella no se sintiera demasiado asqueada en su presencia y le dejara seguir visitándola esos breves instantes.

    —Ya lo sé, pero me parece muy injusto que siempre seas tú quien acuda a mí. Si hombres y mujeres somos iguales, también yo debería poder venir cuando quisiera, ¿no crees? —arguyó con fingido enfado, decidida a no dejarse vencer por la angustia que veía en los ojos de Lauren. Lo último que esta necesitaba era a una mujer tímida y llorosa que le siguiera el juego—. ¿Por qué siempre tiene que ser el hombre quien seduzca a la mujer? Tengo el mismo derecho que tú a hacerlo. ¿No lo ves así?

    Lauren parpadeó un par de veces y luego asintió renuente con la cabeza. ¿Seducirle? ¿Camila quería seducirle? ¿Por qué? ¿Acaso no se acordaba de todo lo que había pasado?

    —Bueno... —farfulló mirándola confusa.

    —Me alegro de que lo veas igual que yo. —Se acercó a la cama—. No seas abusóna y déjame un hueco —le ordenó dándole una palmadita en el estómago.

    Lauren parpadeó asombrada y, al sentir una nueva palmadita, esta vez en la cadera, se deslizó presurosa hasta el otro extremo del colchón.

    Camila se subió a la cama, acomodándose en el mismo lugar en el que ella había estado. Y si el camisón se le subió más de la cuenta, dejando un poco demasiado a la vista sus esbeltas piernas, en fin, sí fue culpa suya, pero no iba a hacer nada por evitarlo.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now