CAPÍTULO 31

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Todos los seres humanos tienen recuerdos que solo contarían a sus mejores amigos; tienen otros que solo se contarían a sí mismos en el mayor de los secretos. Pero además, hay cosas que uno ni siquiera se atreve a contarse a sí mismo.

FIÓDOR MIJÁILOVICH DOSTOYEVSKI,
Memorias del subsuelo

-Ten cuidado, Lauren, no querrás que se derrame una sola gota. -La voz de su madre, su amenaza.

Aferra la pesada bandeja y recorre la sala sirviendo las mesas. Esquiva manos que le quieren tocar, pies que le quieren hacer la zancadilla y labios que le quieren besar mientras las botellas oscilan a punto de caerse.

-Ven aquí, Lauren. Mi amigo quiere conocerte -la voz de Michael. Su mirada fría-. Le debo un favor y tú vas a ayudarme a pagarlo. No te preocupes, él te dirá cómo hacerlo, no será complicado solo tienes que quedarte muy quietecita.

La bandeja cae al suelo, las botellas se rompen. Michael sonríe y la agarra. La tira al suelo de un bofetón. Su ebrio amigo ríe a carcajadas. No tiene dientes.

Un joven Marcel está sentado cerca, lo observa y niega con la cabeza. «Te lo advertí -parecen susurrar sus labios-. Conmigo hubiera sido todo mucho más fácil.»

Lleva tiempo ofreciéndole protección a cambio de caricias indeseadas. Lauren siempre lo ha rechazado. Ahora se arrepiente. El prestamista la habría salvado si la considerara suyo. Ahora no hará nada, excepto esperar su turno y pagar a su padre.
Se revuelve en el suelo. Alguien le rompe los pantalones.

Michael se ríe.

-No seas tan escrupulosa, pórtate bien y será rápido, ni siquiera te vas a enterar -susurra.

Lauren le escupe. Poco más puede hacer.

-Eres una mala hija. ¿No vas a ayudarme a pagar las deudas?

Un peso sobre ella, asfixiándole. Una rodilla separándole las piernas. Dedos recorriéndole el trasero. El aliento del borracho en su nuca.

Estira los brazos buscando algo con lo que defenderse y encuentra una de las botellas rotas. La empuña alzando la mano con desesperación.

Un alarido. Sangre cayendo sobre su cara.

La presión sobre ella cesa. El borracho se ha apartado. Un tajo abre su rostro desde la ceja hasta la comisura de su desdentada boca.

Una boca que le amenaza mientras Michael hace restallar el cinturón sobre su espalda.
Rueda por el suelo y echa a correr. Salta la barra y entra en la cocina. La mujer que hay allí, una puta vieja que cada mañana le da a escondidas mendrugos de pan, le tiende un cuchillo y le señala la puerta.

-No dejes que te cojan.

Corre hacia el puerto. Hacia el mar. Allí será libre.

Hace frío, el viento sopla con fuerza, las olas se levantan por encima del espigón haciéndole trastabillar. Sigue corriendo. La cara mojada por el mar, por las lágrimas. Sus pies desnudos tropiezan. Cae.

Y entonces lo siente.

Su fétido aliento en la nuca.

Sus dedos tirándole del pelo.

El hombre sin dientes le ha atrapado.

Y Lauren se vuelve cuchillo en mano.

Se lo clava una y cien veces en el estómago, ante la atónita mirada de Michael.

Pero el hombre no le suelta, sus dedos están engarfiados en su pelo. Y Lauren le hunde de nuevo la afilada hoja. La piel se abre, la sangre resbala por su muñeca, las tripas caen sobre su mano. Las olas se estrellan contra ellos. Los empujan contra las rocas.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now