CAPITULO 11

1.7K 144 22
                                    

Su conducta me parece impropia de un caballero, de un marino y, sobre todo, de un inglés.

    ROBERT LOUIS STEVENSON,
La isla del tesoro

    Enoc observó como Marc le tendía altivo su abrigo y su sombrero a la asustadiza ayudante de la señora Muriel, para luego dirigirse con paso firme a las escaleras. Ni siquiera se había molestado en preguntar si el capitán le recibiría en el despacho, lo daba por sentado. No cabía duda de que era digno sobrino del viejo.

    —Señor Jauregui —le llamó. Marc se giró, mostrando una sesgada sonrisa en su rostro de rasgos severos y tez aceitunada, más oscura ahora, tras pasar varios meses en altamar.

    —Señor Abad —saludó con una ligera sacudida de cabeza.

    —Quizá prefiera tomar un café en la sala de fumar antes de subir al despacho. —Enoc fijó una penetrante mirada en él, intentando averiguar qué se ocultaba tras su sonrisa burlona.

    —Por supuesto. Nunca rechazo un café, menos aún si está acompañado de un buen habano —aceptó Marc cambiando el rumbo de sus pasos.

    Enoc le encargó a Cristina que se ocupara del servicio para después dirigirse a la sala de fumar.

Cuando entró, Marc estaba apoltronado en la austera butaca que solo el capitán usaba, relajado, con las piernas estiradas y los tobillos cruzados mientras jugaba con un puro entre los dedos. Un puro que nadie le había ofrecido. Enoc negó con la cabeza, estaba claro que no había cambiado en absoluto. Ocupó el sofá que había frente a la butaca y comenzó a liarse un cigarrillo mientras esperaba a que Cristina sirviera el café y se marchara, cerrando la puerta.

    —Pareces un lechuguino —señaló desdeñoso el perfecto traje, los zapatos bicolores y su brillante cabello peinado a la moda. Nada que ver con el muchacho que había conocido, y mucho menos con el capitán que era cuando estaba a bordo del
Luz del Alba

—. ¿Sigues empeñado en pretender a la señorita Camila?

    —Por supuesto. Es lo mejor para todos. Ella consigue un marido a pesar de su... condición. Y yo consigo la jugosa herencia que le dejará el capitán —aseveró Marc cortando la punta del puro antes de encenderlo.

    Enoc se fijó en sus dedos largos y velludos acabados en pulcras uñas. Hubo un tiempo en que eran callosos y ásperos.

    —No te basta con el tercio que te ha prometido —replicó con repulsa.

    —¿Por qué debo conformarme si puedo conseguirlo todo? —Frunció los labios, expulsando una bocanada de humo que poco a poco fue convirtiendo en aros.

    —No hace falta tenerlo todo. —Enoc giró la cabeza, desviando la mirada del rostro de su antiguo amigo.

    —Ese ha sido siempre tu gran problema, Enoc, no tienes ambición. —Tiró el caro habano apenas fumado en la taza de café que no se había molestado en probar.

    —Y tú tienes demasiada. No voy a permitir que le hagas daño a Camila.

    —No pretendo hacérselo. Es más, la haré muy feliz no obligándola a cumplir con sus deberes conyugales cuando nos casemos.

    —Si ella te acepta.

    —Lo hará, no existen muchos candidatos entre los que pueda elegir —afirmó burlón.

Muchos eran los cazafortunas que se habían acercado a Camila, y el capitán los había echado a todos a patadas, consciente de que el único interés que podía despertar su amada pupila en ellos era económico.

Amanecer Contigo, Camren G'PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora