CAPITULO 14

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Bajo la impresión que tenemos de que los deberes del hombre son públicos, parecería que solo y exclusivamente privados deberían ser los de la mujer; pero ¿podemos admitir que el reino de la mujer esté encerrado entre los muros del jardín donde abren sus flores?

    CARMEN KARR, conferencia en el Ateneu Barcelonès, 1916

    —No lo entiendo, Isem, si tanto le molesta que esté aquí, ¿por qué no me deja marchar? —murmuró Lauren mirando por los ventanales, dándole la espalda—. Yo estaría encantada de irme con viento fresco.

    —No le molesta que estés aquí, Lauren. —Isembard la miró compasivo, por mucho que intentara mostrarse altiva,la muchacha estaba dolida. Y mucho. ¿Acaso el capitán no se daba cuenta de cuánto daño le hacían sus reproches injustificados?—. Yo diría que es al contrario. Está orgulloso de tus logros.

    —Pues lo disimula muy bien —masculló entre dientes—. No. Para el viejo solo soy un mal negocio que tiene que afrontar por su estúpido honor y del que está deseando librarse.

    —No digas tonterías, Lauren.

    —Él me lo dijo la noche que llegué aquí —musitó apoyando las manos en el cristal—. Dijo que ojalá Michel no fuera mi padre... Cómo si a mí me hiciera gracia tener algo que ver con ese cabrón malnacido. Dijo que nada deseaba más que olvidarse de que yo existo, pero que Dios me había creada idéntica a su hijo para hacerle pagar por todos sus pecados. Que nadie debería tener por nieta a una escoria como yo. —Sacudió la cabeza y se giró por fin—.

Menuda jugarreta que me ha hecho Dios, ¿no crees? —masculló burlóna—. Hubiera preferido nacer tullida o con el rostro lleno de cicatrices y seguir buscándome la vida para comer que estar aquí. Al menos antes sabía cuál era mi sitio y no me avergonzaba de ser quien era —musitó en voz muy baja sentándose a la mesa—. ¿Qué vamos a estudiar ahora?

    —No tengas en cuenta sus palabras. Estoy seguro de que no sentía lo que decía —afirmó Isembard sentándose frente a ella—. Cuando nos enfadamos, todos decimos cosas que realmente no pensamos, y de las que luego nos arrepentimos.

    —¿Qué vamos a estudiar ahora? —repitió Lauren girando la cabeza hacia las ventanas.

    —Te vendría bien hablar de lo que ha pasado antes... y de cómo te sientes.

    Lauren negó con la cabeza.

    —Como quieras, pero, si alguna vez quieres hablar, de lo que sea, aquí estoy, y no como tu profesor, sino como tu amigo —le indicó mirándole con seriedad.

    Lauren sonrió asintiendo con la cabeza.

Lástima que la sonrisa no le llegara a los ojos.

    —Bien. Creo que la clase de hoy te va a gustar. —Isembard tomó un grueso leño que estaba apoyado en la pared y lo colocó en el centro de la mesa, luego extendió un mapa de Europa y Asia en el caballete.

    Lauren miró extrañada el madero, lo rodeaba una cuerda de cáñamo no muy gruesa atada en un complicado nudo marinero.

    —¿Me vas a enseñar a hacer nudos? —preguntó intrigada. Nunca habría imaginado que su profesor supiera hacerlos tan complicados como Etor.

    —¡En absoluto! —exclamó Isembard—. Hacer nudos no está dentro de mis conocimientos. Le pedí al señor Etor que hiciera el más complicado que supiera, y tuvo la amabilidad de complacerme.

    —¿Hay alguna ley de esas que hable de nudos? —inquirió Lauren perpleja.

    —No. De hecho, vamos a empezar a seguir cierta rutina en las clases. Dedicaremos la mañana a las ciencias y las matemáticas... y la tarde a las letras, la geografía y la historia.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now