CAPITULO 28

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No pido riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo que me comprenda; todo lo que pido es el cielo sobre mí y un camino a mis pies.

ROBERT LOUIS STEVENSON

Biel esperó impaciente a que la señora Muriel sirviera el postre, y cuando lo hizo, se levantó de su silla y abandonó el comedor. Lauren había dicho tras la cena. Bien, pues él ya había cenado. Aunque no hubiera probado bocado.

Subió raudo las escaleras, marcando con un fuerte bastonazo cada uno de sus pasos, y se dirigió a la habitación de su nieta. No intentó abrir la puerta, en lugar de eso, la golpeó con la empuñadura del bastón y luego se dirigió al despacho.

Minutos después Lauren entró allí. No se había cambiado de ropa, tenía los ojos enrojecidos y se tambaleaba a cada paso. Se situó frente al escritorio y se quedó inmóvil, mirando al suelo.

-Necesito dinero -susurró tras inspirar profundamente.

-¿Cuánto y para qué? -Biel la observó con suma atención. Era la primera vez que le pedía dinero y, aunque sabía lo mucho que le debía haber costado dar ese paso, no se lo iba a dar. No pensaba cometer con ella los mismos errores que había cometido con Michael. No pagaría sus deudas. Ni sus putas.

-Mucho. Más de lo que nunca podré devolverle -susurró respondiendo la primera pregunta.

-¿Para qué lo necesitas? -reiteró Biel.

Lauren bajó la mirada, sintiéndose más humillada que nunca, pero ¿qué otra opción tenía?

-Tengo... tengo una amiga a la que le debo mucho más que la vida -musitó centrando sus pupilas verdes en su abuelo-. Ella... no está bien. Necesito el dinero para curarla.

-¿Está enferma? -Lauren asintió a la vez que un destello de esperanza se reflejaba en su mirada. Su abuelo no parecía disgustado por supetición-. El préstamo que le pediste a Marcel... ¿Fue para ella?

-Sí. Anna enfermó y tuve que...

-Y ahora vuelves a pedirlo. Porque está enferma. -Lauren sintió que el corazón se le paraba en el pecho al escuchar el tono cortante de su abuelo-. Imagino que los
marineros del Tierra Umbría ya han corrido la voz entre las putas del Raval -masculló entre dientes-. ¿Sabe tu amiga que eres mi nieta? -Lauren asintió despacio. Biel respondió con una despectiva sonrisa-. Si no te conociera, pensaría que estás tratando de engañarme para soplarme el dinero. Pero te conozco, sé que nunca te rebajarías a esta... pantomima. Por lo tanto, solo puedo aplaudir la inteligencia de tu
amiga. -Lauren dio un respingo al escuchar el desdén en la voz de su abuelo-. No te daré dinero para ella.

-Morirá si no pago el tratamiento -jadeó desesperada.

-No te creas lo que dicen las putas, nunca es cierto. Me apuesto la cabeza a que cuando no le des el dinero se limitará a darte la patada y buscarse a otra que sí se lo dé. Pierde cuidado, seguro que no se morirá.

-Anna no es una puta.

-Claro que lo es. Y una muy lista si es capaz de engañarte de esa manera. Te prohíbo volver a verla.

-Ana no es una puta -insistió-. ¡Y usted no puede prohibirme nada! -exclamó con la respiración agitada, reaccionando al fin.

-Por supuesto que puedo. No volverás a verla. Y no hay más que hablar -siseó Biel poniéndose en pie.

-Por supuesto que no hay más que hablar -rugió Lauren. Toda la rabia que había estado conteniendo desbordándose en cada respiración, en cada gesto, en cada latido de su herido corazón.

Giró sobre sus talones y abandonó el despacho. Biel, alertado por la airada mirada que le había lanzado, salió tras ella, solo para ver desde la barandilla de la galería cómo bajaba las escaleras a la carrera y atravesaba el salón en dirección al vestíbulo.

-¿Adónde crees que vas? -gritó ofuscado, llamando la atención de los que estaban en el comedor, quienes se apresuraron a salir-. ¡No se te ocurra abandonar esta casa!

Lauren ignoró los gritos de su abuelo y la llamada de Camila, y continuó su huida.

-Sé lo que está pasando por tu cabeza, polizóna -tronó Biel con desprecio-. Vas a pedir otro préstamo para tu puta, y piensas que yo volveré a pagarlo. Desde ya te digo que no lo haré. Es más, señor Abad, haga correr la voz de que no asumiré ningún préstamo que pida mi nieta. Nadie se atreverá a dejarte dinero, Lauren, porque sabrán que no vas a poder devolverlo.

Lauren se detuvo frente a la puerta del vestíbulo, y girándose lentamente, alzó la cabeza hasta cruzar su mirada con la de Biel.

-Hay alguien que sí me lo dará -dijo con desesperado fatalismo antes de abrir la puerta.

-¡Si sales por esa puerta no se te ocurra volver! ¡Me has entendido! No vuelvas nunca.

-Aunque quisiera ya no podría... -musitó Lauren abandonando la casa.

-¡Capitán! -gritó en ese momento Camila-. ¿Cómo puedes decirle eso? ¡No regresará nunca! ¡Dile que vuelva! Mamá, haz algo -imploró llorosa deslizándose con rapidez a la salida.

-¡Camila! -la detuvo Biel con su voz en tanto Sinuhe se acercaba a ella corriendo-. No se te ocurra llorar por ella, no se merece tus lágrimas.

-¡No lloro por ella, sino por ti! ¡Acabas de darle la espalda a tu nieta!

-No sabes lo que ha pasado, cariño, no juzgues al capitán -la amonestó Sinuhe con afecto no exento de severidad a la vez que la abrazaba.

-No es difícil saberlo, solo hace falta escuchar -protestó Camila zafándose de su madre-. Lauren le ha pedido ayuda al capitán, y él se la ha negado.

-No puedes siquiera imaginar la clase de ayuda que me ha pedido -se defendió Biel.

-Te ha pedido dinero para Anna -replicó Camila atando cabos-. Por fin se ha atrevido a contarte que existe y tú le has dado la espalda sin escucharle.

-¿Sabes quién es Anna? -inquirió perplejo. Camila asintió, pero antes de que pudiera hablar, Biel la silenció con un herido rugido al comprender que Lauren la había puesto en su contra-. ¡Basta! Señor Abad, súbala a su cuarto. Y, a ti, Camila, no se te ocurra abandonarlo hasta que te dé permiso.

-¡No puedes hacer eso!

-¡No quiero oír ni una sola queja más! -tronó Biel metiéndose de nuevo en el despacho.

-Obedece, cariño -la instó su madre cuando intentó protestar de nuevo-. Quizá estés equivocada. No sabemos qué ha pasado, y poner furioso al capitán nunca es la solución. Dale tiempo a que se calme, y razonará, ya lo verás. Yo me encargaré de ello.

-Pero Lauren se ha ido...

-No le pasará nada, señorita Camila, sabe cuidarse sola -murmuró Enoc tomándola en brazos-. Haga caso a su madre, mañana el capitán estará más calmado y tal vez podamos hacerle ver las cosas de otra manera.

Camila asintió, permitiendo que Enoc la llevara a su dormitorio. Era mucho más fácil hacerles creer que estaba de acuerdo y luego, cuando todos se fueran a dormir, entrar en el despacho y llamar a Anna. Ella le ayudaría a aclararlo todo.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now