CAPITULO 29

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El precio que tenemos que pagar por el dinero se paga en libertad.

    ROBERT LOUIS STEVENSON

    Madrugada, 18 julio de 1916

    — Así que vuelves a necesitar dinero. ¿Para Anna, tal vez? —musitó Marcel fijando su astuta mirada en Lauren. Esta permaneció inmóvil—. ¿Tu querido abuelo no quiere vaciarse los bolsillos? Qué lástima. Es una buena mujer, no merece morir... Y eso es justo lo que pasará si la sacas de la casa de curación —apuntó ladino.

    Lauren dio un respingo al comprender que Marcel estaba al tanto de lo que le ocurría a Anna. Sacudió la cabeza enfadada consigo misma, debería haber recordado hasta qué punto eran largos sus tentáculos.

Al fin y al cabo llevaba toda la vida sintiéndolos enroscarse en su garganta.

    —Le pagaré lo que me pida —dijo bajando la cabeza, pues sabía que esa muestra de sometimiento le agradaría.

    —¿Segura? La última vez no obtuve los beneficios que esperaba.

    —Recibió su dinero. Con intereses.

    —Sabes bien que no me interesa el dinero —replicó mordaz—. Entiendo tu angustia, mi querida niña. Pobre Anna, cuánto estará sufriendo. Créeme, lo lamento profundamente, pero, los negocios son los negocios —se desentendió encogiéndose de hombros.

    Lauren asintió. Conocía lo suficiente al maldito bastardo como para saber que estaba jugando con ella, esperando el momento idóneo para dar el golpe mortal. Y no iba a permitirlo. Ambos sabían que lo que le estaba ofreciendo era lo único que Marcel deseaba. Por tanto, jugó su última carta.

    —Gracias por el tiempo que me ha dedicado —dijo dándose la vuelta para irse.

    —No obstante —el prestamista alzó la voz y Lauren giró sobre sus talones, encarándose a él de nuevo—, al contrario de lo que piensas, no soy una mala persona. Intenté protegerte cuando eras una mocosa, bien lo sabes, pero no aceptaste mi protección y pasó lo que pasó... No fue culpa mía, sino tuya. Si no me hubieras rechazado, nada hubiera pasado.

    Lauren asintió en silencio. En su boca el sabor de la sangre vertida al morderse la lengua con ferocidad para no emitir palabra alguna. Sí había sido culpa de Marcel. Él fue quien encargó al hombre sin dientes que le domara. Quien exigió a Michael ese pago y no otro.

    —Quizá podamos retomar nuestro viejo acuerdo. —Marcel la observó sibilino mientras se golpeaba los labios con sus hinchados dedos—. Acepta la protección que te ofrecí cuando eras niña. Quédate a mi lado por propia voluntad, esboza la mejor de tus sonrisas y pliégate a mis deseos y, semana a semana, me haré cargo de los gastos que conlleve el tratamiento de Anna.

    Camila pasó la noche en vela, esperando un regreso que sabía no se produciría. Salió por enésima vez al corredor, y en esta ocasión, entró en el estudio. Ya había amanecido y, aunque aún era temprano, tampoco lo era tanto como para no llamar a Anna. Solo ella podía ayudarla a entender qué había pasado y, cuando lo supiera, se lo contaría al capitán. Estaba segura de que, al contrario de lo que había ocurrido con Lauren, a ella sí la escucharía.

    Atravesó la estancia y se detuvo tras la puerta que daba a la galería. Desde el otro lado le llegaba la voz airada del capitán y los calmos susurros de Enoc. Se arriesgó a abrirla apenas y observó a ambos hombres salir del despacho y dirigirse a las escaleras.

Esperó hasta que les vio desaparecer y abandonó presurosa el estudio. Intuía que tardarían poco en regresar. Al intentar entrar en el despacho descubrió que estaba cerrado con llave. Regresó a su cuarto, tomó una horquilla y volvió al despacho. Lauren le había contado que los ladrones abrían así las puertas de las casas... no debía de ser muy difícil.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now