CAPITULO 26

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El alma que hablar puede con los ojos también puede besar con la mirada.

    GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

    9 de julio de 1916

    El ingeniero Martí observó divertido a la marinera que miraba continuamente el reloj anclado sobre la puerta. En lugar de mostrarse fascinada con las máquinas de vapor y sus mecanismos, tal y como siempre hacía, parecía en extremo distraída, casi soñadora. Se detenía en los lugares más insospechados sin ningún motivo y permanecía inmóvil, con la mirada perdida, hasta que alguien le llamaba la atención.

Debía reconocer que en los últimos días se comportaba de manera extraña, y era bien cierto que cuanto más cerca estaban de Barcelona, más abstraída parecía. Hasta ese mismo momento, en que nada quedaba de la  mujer curiosa y parecía un cúmulo de nervios a punto de explotar. Sonrió, reconociendo los síntomas de la enfermedad que sufría: añoranza, impaciencia, embelesamiento. No cabía duda, estaba enamorada y anhelaba ver a su amada. Un grave inconveniente para un marinero.

    Compuso una mueca severa en su cara.

    —Señora Jauregui, ¿se encuentra enferma? —exclamó con voz potente desde su atalaya sobre una de las escalerillas.

    —No, señor —repuso de inmediato Lauren, sobresaltada.

    —Explíqueme entonces el motivo de que lleve parada más de un minuto. ¿No tiene nada que hacer?

    —No, señor... Sí, señor —se apresuró a corregirse—, tengo algo que hacer.

    —¿Y por qué no lo hace? ¿Tal vez debo cubrir el reloj para que haga su trabajo? —le espetó con fingida furia—. Le advierto que de ser así, lo cubriré con la piel de su espalda.

    —No me parece que eso vaya a ser necesario, señor —replicó Lauren altiva, con las manos apoyadas en las caderas y sin moverse del sitio.

    El ingeniero enarcó una ceja. ¿La nieta del capitán se las estaba jugando? No lo consentiría.

    —¿Me está desafiando, señora Jauregui? —inquirió con voz tensa, aguantando la sonrisa que pugnaba por escapar de sus labios. La muchacha era idéntica a su abuelo.

    —Nada más lejos de mi intención —respondió Lauren con irónico respeto antes de añadir—: señor.

    —Tiene un segundo para ponerse en marcha, de lo contrario aumentaré su turno tres horas más.

    Lauren le miró con los ojos abiertos como platos, gritó un apurado «Sí, señor» y a continuación voló sobre la bancada en dirección a un grupo de mecánicos que, observándole divertidos, se afanaban en sellar una fuga.

    El Tierra Umbría estaba haciendo maniobras de aproximación para atracar en el puerto de Barcelona, faltaba apenas una hora para que terminara su turno y, cuando eso sucediera, su trabajo habría finalizado. Podría desembarcar. Y ver a Camila. Y tocarla. Y besarla, en la mejilla, eso sí. ¡No iba a permitir que un ingeniero gruñón le retuviera tres horas más en ese barco! ¡Moriría si lo hacía!

    Camila observó inquieta a los marineros que desembarcaban, esperando ver a Lauren entre la multitud de cabezas cubiertas con gorras. A su lado, Sinuhe la miraba sonriente y casi conspiradora, como mujer enamorada entendía la nerviosa impaciencia de su hija. Junto a ellas, Biel, parapetado en su férrea voluntad, observaba con mirada impasible el Tierra Umbría. De repente una sonrisa se dibujó bajo su denso mostacho y en sus ojos brilló un orgullo alborozado que no se molestó en ocultar.

    —¡Lauren! —gritó en ese mismo momento Camila—. Ahí está, mamá. Oh, no nos ve, capitán, llámale por favor, seguro que oye tu voz mejor que la mía —solicitó antes de volver a gritar el nombre de la joven.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now