CAPITULO 8

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Así es como pasó, ¿no es verdad, Hawkins?

    ROBERT LOUIS STEVENSON,
La isla del tesoro

    7 de abril de 1916. Antes del amanecer.

    Paredes mohosas.

Las cucarachas trazan mapas sobre ellas.
Suelo húmedo. El sonido de las patas de las ratas sobre ella.
    Hedor a cloaca. A maldad. A corrupción.
    Oscuridad. Le rodea. Le atrapa. Le ahoga.
    Intenta escapar, una cuerda se lo impide.
    Tira de ella. Dolor.
    El cáñamo se hunde en su piel.
    La sangre resbala por su tobillo.
    Una puerta se abre. Luz, por fin.
    El restallido de un cinturón cortando el     aire.

    Michael en el umbral.

    —Te das cuenta, hija, de lo que me obligas a hacerte cada vez que te escapas...

    El puerto.
    Le empuja y se ahoga.
    Le mira y se ríe.

    Camila no pudo soportarlo más, el último gemido de Lauren había sido desgarrador, y estaba segura de que solo ella lo había oído, pues había escuchado tiempo atrás los pasos de Etor retirándose a dormir. Se apoyó en la silla y bajó de la cama trabajosamente para acto seguido dirigirse a la puertaventana. Se deslizó presurosa por el corredor y, sin pararse a pensar en la inconveniencia de lo que estaba a punto de hacer, entró en el cuarto de la joven.

    Ella no estaba.

    Se acercó despacio a la cama, pero allí no había nadie, solo sábanas revueltas caídas en el suelo. Encendió la lamparita de la mesilla tras comprobar que las cortinas estuvieran corridas, ocultando cualquier resplandor a los hombres que vigilaban la casa, y se deslizó por la estancia, buscándola.

Pero no estaba. Ni siquiera le oía su respiración. Se dirigió a la puerta que daba al interior de la casa, sus gemidos habían sonado muy cercanos, si no estaba allí estaría en el cuarto de baño que separaba ambos dormitorios. En el momento en que asió el pomo oyó un estremecido sollozo, como si alguien, Lauren, estuviera mordiendo algo para no emitir sonido alguno. Se giró lentamente.

    —Lauren, ¿dónde estás? —preguntó con voz suave. Nadie contestó—. No tengas miedo, estoy aquí —dijo, como si hablara con una niña pequeña y muy asustada.

    —¿Anna?

    La voz sonó desde algún punto junto a la cama y Camila se dirigió hacia allí sin dejar de llamarle en tono cariñoso.

    —Ha vuelto a atraparme —le escuchó musitar con un tono infantil que le llenó los ojos de lágrimas.

    —Pero ahora estoy aquí, contigo. No tengas miedo —susurró despacio a la vez que apoyaba una mano en el colchón y se inclinaba hacia el suelo con sumo cuidado.

    —¿Vas a quedarte, Anna? ¿Ya estás bien? ¿No te irás más? —escuchó su voz suplicante.

    —No pienso irme a ningún sitio. Déjame ver dónde estás.

    —Si salgo me encontrará.

    —No le dejaré que te encuentre, conmigo estarás segura.

    —¿Le darás con la muleta? —inquirió ella con un hilo de diversión en su voz infantil.

    —Le daré tan fuerte que se le caerán todos los dientes —afirmó rotunda.

    —¿Anna? —Había un deje de sospecha en su voz, como si la expresión utilizada por Camila no fuera la respuesta esperada.

    —Dame la mano, Lauren, no tengas miedo —susurró ella con ternura.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now