CAPITULO 6

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  ¿Cuánto tiempo dijo el doctor que debía estar en esta condenada litera?

    ROBERT LOUIS STEVENSON,
La isla del tesoro

    6 de abril de 1916. Antes del amanecer.

Risas. Jadeos. Gemidos. Bullicio.
El humo del tabaco mezclándose con el hedor de la corrupción.
Putas y borrachos entrelazando sus cuerpos en un baile obsceno.

    —Ten cuidado, Lauren, no querrás que se derrame una sola gota. —La voz de su madre, su amenaza.

Asiente asustada.
La bandeja pesa demasiado.
Recorre las mesas con pasos cortos.
Las botellas oscilan inestables.
Esquiva borrachos y putas.
Esquiva manos, susurros y labios.
Esquiva peleas y caricias.

Pero no puede esquivar a su propio padre.
Escucha su voz por encima de las demás.

    —Ven aquí, Lauren. Mi amigo quiere conocerte.

  Un hombre enorme está junto a él, la sonrisa que se dibuja en su boca muestra los dientes que le faltan.
Tiembla ante su risa, ante su mirada, ante las palabras que no pronuncia.
    La bandeja cae al suelo.
    Las botellas se rompen.
    El líquido se derrama.
    Corre.

La puta en la cocina, el cuchillo en sus manos, la puerta que se abre.
Gatos en el callejón, ratas en la basura, barcos más allá de las callejuelas.
    El puerto.
    Le empuja y se ahoga.
    Le mira y se ríe.

   Camila despertó sobresaltada. Desde que la enfermedad la había atacado, el más ínfimo ruido la despertaba, incapacitándola para dormirse de nuevo. Y lo que había escuchado no era un pequeño ruido. Era un jadeo estrangulado. Un grito de horror silenciado.

    Se incorporó lentamente y escuchó con atención, intentando localizar el origen del sonido. Apenas un instante después escuchó un nuevo gemido.

    Inclinó la cabeza, pensativa. Entre su habitación y la que ocupaban su madre y el capitán había una distancia considerable, además de su propio gabinete y la salita privada de Sinuhe. Era imposible que los oyera, estaban en distintas alas de la casa. La única posibilidad era que el sonido proviniera del otro lado de la pared. Pero allí solo estaba el cuarto de baño. Y tras él, el dormitorio de Michael. Miró la puertaventana que daba al corredor exterior que compartían su habitación y la de él. La había dejado abierta, pues la noche era calurosa y agradecía la suave brisa que pasaba por ella.

    Otro jadeo.

    ¿Lo habría oído alguien más? Esperó inmóvil, pero no percibió ningún eco de pasos en la galería interior. Era imposible que nadie lo oyera, salvo ella. El resto de dormitorios estaban demasiado alejados, y apenas si había comenzado a amanecer. Se llevó las manos al pecho, dubitativa. No sería prudente abandonar su cuarto y acudir al de él... menos aún sola.

    Un sollozo desgarrado.

    Comprobó que tenía el camisón abrochado hasta el cuello e, inclinándose sobre la silla, bajó trabajosamente de la cama.

    Etor elevó un párpado, adormilado, y miró a su alrededor hasta encontrar a la culpable del alboroto. ¿Por qué demonios estaba gimoteando la muchacha? La observó aturullada sin saber qué hacer. Tenía las mejillas empapadas en lágrimas y se removía a un lado y a otro, enredándose en las sábanas. Frunció el ceño, pensando que quizá la zagal tenía calor y por eso estaba alterada. Mala noche de bochorno hacía, bien parecía que el demonio se divirtiera mandándoles el fuego del infierno.

    Se levantó pesadamente y caminó oscilante hacia la cama, no sin antes comprobar que las puertaventanas que había abierto durante la noche continuaran así.

Amanecer Contigo, Camren G'PWhere stories live. Discover now