Condenados (2/?)

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II. Inesperado

Uruguay hacía sonar los dedos contra la mesa mientras miraba las noticias por la televisión. La muchacha del reportaje contaba apasionadamente un par de datos más acerca de la desaparición de su primo y los posibles lugares en los que hubiera hallado asilo, o sobre la creciente declaración (y esta, a la cual Sebastián se negaba creer) de la muerte de Martín. Con el puño golpea de pura impotencia. Y es que Argentina no pensó. Tenía todo para seguir viviendo, pero decidió derrocharlo por el increíble capricho que significaba para él la venida de un hijo. No, no. No es capricho. No puede permitirse pensar así de su sobrino. Pobre de Martín. Y pobre pequeñín que ha encontrado no más que desconsuelos incluso desde el vientre materno. Ah, pobrecito, pobrecito.

El televisor lleva todo el día prendido y el noticiero de la noche ha cedido la mitad de su duración para platicar del conflicto que mantenía separada a América Latina, incluso ahí mismo, en Uruguay, no se habla de otra cosa sino de la alianza que pronto conformarán con Argentina. Sebastián se toma la cabeza entre las manos porque es simplemente incapaz de pensar en algo diferente. Las circunstancias que han marcado el desarrollo de su triste contienda no hacen más que devolverle al pasado, anhelando, ínfimamente, el reencuentro con su primo y el esperado abrazo.

Buscado ahora por las autoridades internacionales, ¿quién lo hubiese alguna vez imaginado?

José Mujica entró a su habitación sin tocar, y se deslizó sin querer pasar inadvertido entremedio de la angustia de Sebastián. Se sentó a su lado en la cama, se quedó mirando el televisor fijamente y los dos mantuvieron el silencio porque era como si se dijeran todo sin necesidad de abrir la boca. La voz de la muchacha del reportaje fue lo único que se escuchó durante un par de minutos y la palabra 'muerte' se le escapó de los labios infinitas veces, demasiadas para el gusto de ambos hombres. Sebastián movió la mano ansioso para coger el control remoto porque no podía soportar más la situación. Cuando apagó la televisión, Mujica suspiró audiblemente.

— Niño tonto —dijo a los aires. Su boca fruncida demostraba que la lástima por el destino de Martín era real— Mirá que escaparse del país por seguir a Chile. Niño tonto.

— Está enamorado —Sebastián respondió, y su razón pareció ser la más válida de todas— y va a ser papá. Si yo estuviese en su situación, si yo estuviese en su situación...

— Si vos estuvieses en su situación, Sebastián, ni loco dejarías a tu gente.

— Si mi gente me odiara...

— No, no hay razones. No existen las razones. Qué niño, por Dios, y tan divertido que era. —Susurró con lástima.

— Ni su muerte avisan, ¿y ya me lo está matando?

— Muerto debe estar Chile. Tu primo estará bien, es ingenioso a pesar de todo. No te preocupés, Seba, que ya va a aparecer luego. Nadie puede estar huyendo para siempre.

Nadie puede estar huyendo para siempre. Nadie puede, no puede nadie, se repite Uruguay con los ojos cerrados, intentando tragarse las mentiras que, de a poquito, va necesitando para vivir otra vez.

Mujica se levanta de un momento a otro, deja unas palmaditas sobre la rodilla descubierta de su nación y, tan silencioso como llegó, se va. Atraviesa el umbral de la puerta y Uruguay es capaz de ver su sombra diluirse por el pasillo, al fondo, doblar a la izquierda y perderse camino hacia quién sabe dónde. Sebastián permanece silencioso entre las cuatro paredes de su habitación, y no se da cuenta de que el frío comienza a hacer sentir su presencia. A veces, cuando está pensando concentradamente sobre algún asunto, no puede prestarle atención a algo más y eso pasa ahora. Se ha quedado en el limbo. El tic tac del reloj hace eco en sus oídos. Y se lleva su tiempo... el maravilloso tiempo, ¡qué tiempo está perdiendo! Casi sin ser artífice de sus propias acciones se pone de pie y echa a correr fuera. ¿Cómo no había pensado en eso antes? ¡Qué tiempo el que estuvo perdiendo! ¡Qué tiempo!

O-o-O

Las puertas del banquillo de pueblo se cerraron tras su espalda con el aberrante sonido que produce el vidrio al chocar con la madera, sin embargo, no tuvo la suficiente importancia como para hacer al guardia mirar hacia su dirección. Las calles parecían desiertas aunque todavía era temprano y tampoco los autos daban luces de existir hoy.

Contra una pared maltrecha por las batallas sorteadas no hace mucho, cuenta ávidamente el fajo de billetes, sus dedos moviéndose como aves de rapiña contra los extremos filosos de los pesos de colores. Ahí están sus dos mil ochocientos setenta y cinco pesos, cada uno de ellos... En la guerra es difícil mantener el trabajo y hay que comer. ¡Qué felicidad recuperar su sueldo!

Cruza la callejuela con la vista en lo alto, emocionado hasta las células porque este mes no faltaría el pan; él, su esposa, sus hijos, ¡la buena de su esposa! Va a comprarle un pastelito. Se lo merece al fin y al cabo. ¡Cómo le va a gustar ver su carita y la sonrisa que le va a dar...! Y a sus niños, ¿no que el mayorcito quería una pelota de fútbol? Se la va a regalar. Las cosas parecen ir arreglándose lentamente.

El frenado de un auto lo desconcentra, y le obliga a voltear la mirada. Cuando logra captar vuelve a su camino, hasta que la acción se repite. Nuestro hombre se detiene en seco. Y es que si sigue avanzando le van a rasgar la yugular.

Asustadísimo, recorre con sus dedos temblorosos el brazo que le sujeta del cuello. Quiere decir algo, pero no hace más que tartamudear y por su frente limpia se desliza una gota de sudor, que cae en su propio hombro. El hombre tras de él presiona el cuchillo contra su cuello, sin darle tiempo ni espacio.- ¿Qué quiere? ¿Qué... qué quiere? ¡No me haga nada!

Con el Correr del Tiempo || ArgChi || [Múltiples Universos]Where stories live. Discover now