Las Consecuencias de la Ópera a Medianoche (1/1)

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El espectáculo en la ópera hizo que cada esfuerzo duro por conseguir las entradas valiera la pena, y que se alojaran luego en sus recuerdos como las causas de una primera vez sensacional. Nunca había ido a la ópera pero no era esto porque careciera de vocaciones artísticas o porque la elegancia simplemente no viniera con él, sino que había declinado ese tipo de pasatiempos como se rechazan las cosas por pura ociosidad. Las noches encerrado en una fría habitación de hospital rebanando algún órgano recién traído le habían parecido siempre más excitantes que ir al teatro por el mero placer sensorial. Pero siempre existe algún hecho curioso o un suceso impresionante que termina por empujar a ese perezoso lado nuestro que no gusta de probar cosas distintas, directo a la completa experimentación.

La razón suya era su jefe nuevo.

Martín era un joven médico cirujano alfa recién titulado, aún sin buscar su especialización. Rondaban su cabeza la neurología, la pediatría o la ginecología, sin embargo, nada estaba todavía claro y él quería tomar su práctica profunda y esperar a ver cómo se desenvolvían las cosas antes de elegir algo a lo que dedicaría un par de años más de su vida. Por ahora, le bastaba con haber encontrado un buen trabajo que le permitiera proveer bien para su pequeña familia: su compañero omega y su hijo de seis años. Se había comprometido muy joven, alrededor de los veinte, todo en él indicaba un próspero futuro y la madre de su omega no dudó ni un segundo en que sería el alfa indicado para su muchachito. Y bueno, las uniones eran hasta la muerte.

Pero volviendo al tema principal, la razón para venir al teatro a ver a una mujer joven cantar en los tonos más altos que había oído nunca, era que su nuevo jefe gustaba de este tipo de actividades y era un asiduo; uno de esos hombres extranjeros mayores excéntricos que rebosan finura y gustan de la buena mesa, el arte y la literatura. Hannibal Lecter se llamaba. Director del hospital donde Martín trabajaba. Psiquiatra forense. Europeo. Bien parecido. Adinerado. Y su jefe. Martín quería parecer culto y darle buena impresión, en eso consistía todo; por eso hizo lo imposible por conseguir las entradas y para eso se gastó parte de sus ahorros. Los omegas no solían cuestionar las acciones de sus compañeros alfa, pero el suyo puso el grito en el cielo cuando se enteró de su razón tan escueta.

- No puedo creer que hayamos venido solo para esto. Podría estar estudiando en casa y así mañana no tendría que quedarme en la universidad hasta tarde.

- Cuando te muestre lo mucho que aumentó la cifra en el cheque de mi sueldo vas a arrepentirte de estar reclamando –Martín se quejó, buscando con la mirada el porte imponente de su jefe.

Su compañero omega, Manuel era su nombre, rodó los ojos y le tomó la mano a su hijo rubiecito para evitar que se perdiera entre la multitud, que bebía en copas caras y charlaba animadamente sobre la elite de Baltimore. Ni él ni su pareja eran naturales de los Estados Unidos, ambos eran sudamericanos, pero habían estado de acuerdo en aceptar una transferencia a una universidad prestigiosa a mitad de la carrera.

- Pá –Manuel sintió un tironcito en la manga de su traje negro. Miró los ojos de su hijo, que eran iguales a los suyos y acomodó el corbatín ligeramente inclinado- El traje me pica.

- Mi traje también pica –le explicó- Pero a tu papá se le ocurrió la genial idea de querer impresionar a su jefe, ¡así que aquí estamos!

- Cállate, Manuel –espetó Martín con voz autoritaria, el enojo erupcionando por cada uno de sus poros. El omega le miró fijamente y con rapidez volvió su vista al suelo, cerrando la boca para no volver a emitir ninguna opinión. Manuel podía ser un omega un poco más rebelde que el común de la raza, pero sucumbía irremediablemente, como todos, a la dominación de su alfa. Dirían algunos aquí que Martín fallaba sin remedio cuando castigaba a su omega, porque la culpa venía a invadirle en cuanto veía que Manuel apretaba la mano de su hijo y caminaba detrás de él, como muestra de su total sumisión. Harían notar algunos que es allí precisamente donde el médico debería ponerse firme y exigir el respeto que su omega acoplado le debía, al ser de su pertenencia; pero Martín odiaba esa expresión, esa manera que tenían otros alfas de referirse al compañero que habían elegido, fuese ya por cariño, ya por capricho; resaltar que pagaron un dinero por el derecho a llenar sus camas cada noche, a dejar descendencia, un legado de carne y hueso. Él era conocedor de sus propios sentimientos, de la imagen que daba Manuel frente a sus ojos, de la manera en que ambos participaron incluso en la creación de su hijo. Él no podía, como alfa, ceder, pero como hombre que amaba tampoco era capaz de ser indiferente a su omega. Martín ya soportaba lo suficiente.

Con el Correr del Tiempo || ArgChi || [Múltiples Universos]Where stories live. Discover now