La hora doce (1/1)

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Cuando Martín abrió la puerta, no estaba seguro de estar haciendo lo correcto. Con el paso de los años, la culpa le seguía inundando en estas ocasiones y probablemente la Navidad de este año no sería distinta. Como Navidad por medio, Daniel había permitido que Isidora, la hija que tenían en común, se quedara en su casa hasta el día 25. Y Manuel había tenido la buena voluntad de aceptar, como solía hacerlo, que la niña compartiera habitación con Agustina y con Ema. Martín sabía que a Ema no le caía nada bien y por eso estaba profundamente agradecido de que su niñita permitiera que Isidora durmiera junto a ellas.

Era complicado, Martín estaba más que seguro de eso. Por cómo habían sido las cosas, por cómo él y Daniel se habían distanciado. Isidora tenía 10 años, solo un año más que Ema y es que había nacido cuando Martín y Daniel estaban separados y él ya tenía una nueva vida junto a ese omega enojón y caprichoso que había conocido cuando viajó a Reñaca. No habían oportunidades. Las chances se habían escapado. Isidora vivía en Argentina con Daniel y cruzaba la cordillera cada cumpleaños por medio, cada fin de semana largo por medio, cada festividad por medio. Y Martín la quería. La adoraba, pero no sentía esa conexión irremediable que había entre él y los hijos que tenía con Manuel, y sabía que era simplemente porque nunca había vivido a su lado.

— ¡Hola, Isi! –oyó a Manuel decir y tuvo que sonreír, ¿cuándo dejaría de ser así de correcto, de perfecto?— Pasa, ya vamos a comer. Ya serví todo. Martín, ¿por qué andai con ese gorro? ¡Hacen como 30 grados de calor!

Martín no quitó su sonrisa pero sí se quitó el gorro y lo dejó sobre un sofá cuando entró a la casa. Sentados en la mesa estaban todos sus niños y lo miraban a él y a la niña, que era su hermana, profundamente. Martín agarró los hombros de Isidora y la guió por el pasillo al comedor hasta ubicarla en el asiento que estaba desocupado, cerca de donde él mismo solía sentarse a comer. Ema no la miró y Martín lo notó, pero Sofía y Benja y Agustina le dieron una sonrisa y el niño le saludó de inmediato.

— Isi, ¿quieres ver la camiseta de Alexis que me compró mi papá? –le preguntó, pero Manuel le tomó el hombro.

— Benja, la Isi recién viene llegando y vamos a comer. Cuando terminemos, le muestras tus camisetas.

— ¿Puedo ver a Gastón? –susurró Isidora, muy despacio y tímida.

— ¡Sí! Está en nuestra pieza, pero más rato, comamos primero. Ya son las diez y ya va a llegar el Viejito.

Martín no quitó sus ojos de Isidora durante toda la comida, ni siquiera cuando Manuel le buscaba alguna conversación o cuando Sofía empezaba a contar que tenía promedio 6,8 y Benjamín le enrostraba que él era mejor en matemáticas. Ema se llevaba el tenedor a la boca silenciosa, y apenas sonreía o asentía cuando Agustina le tomaba del brazo y le pedía que dijera algo. Martín lo notó y se lamentó, ojalá sus niñas fueran tan unidas como él quisiera que lo fueran.

La comida siguió entre risas de los niños y los ladridos de Alan cada vez que se oían los gritos de otros chiquillos afuera, por las calles del condominio. Martín le dijo a Manuel que la comida estaba exquisita y alabó la forma en que hacía que el pavo se deshiciera en jugo dentro de su boca. Isidora solo admiró la manera en que su papá y Manuel se miraban a los ojos.

Cuando terminaron de comer, se quedaron charlando hasta que dieron quince minutos para las doce. Entonces Manuel le guiñó el ojo a Martín y él lo entendió pero Isidora no comprendió su gesto.

— Niños, ¿por qué no van a buscar con Martín al Viejito Pascuero? ¡Ya van a ser las doce, ya va a llegar!

— Pero, ¿por qué no podemos quedarnos aquí y esperarlo? –preguntó Agustina y Manuel frunció el ceño.

Con el Correr del Tiempo || ArgChi || [Múltiples Universos]Where stories live. Discover now