CAPÍTULO VIII

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Damaris despertó antes de llegar a Kannos.

Miró por la ventana, para apreciar el atardecer, y cómo atravesaban las puertas de la ciudad.

Calculaba que había podido dormir unas seis horas, a juzgar por la hora, y agradecía internamente que las pesadillas no la hubieran asaltado. No recordaba sus sueños, pero el despertar tranquila era un indicio de un sueño tranquilo.

Desvió su imagen hacia Seyn, quien había tomado su mano.

—¿Cómo te sientes ahora? ¿Dormiste bien? —preguntó su amigo, con preocupación.

—Estoy mejor. ¿No pasó...nada? —preguntó, con algo de temor.

—Afortunadamente. —contestó Diev, con una sonrisa—. Estuvimos atentos por si las dudas, pero estuviste tranquila todo el tiempo.

—Pero que hayas dormido bien ahora no significa que no veamos al médico de la mente. —advirtió Seyn, con severidad, a lo que Damaris asintió.

—Honestamente, no me importa. Solo quiero dormir tranquila.

—Estoy seguro de que así será. —respondió Diev, ofreciéndole un pastelillo—. Los médicos en Dria son muy capaces. —miró a Seyn cuando terminó de decir esto, y sonrió.

Seyn se cruzó de brazos, frunciendo los labios, como si estuviera entendiendo algo que Damaris no, y lo ignoró, volteando hacia ella.

—Vas a estar bien, ya verás. —le dijo a Damaris, como si quisiera entregarle nuevas esperanzas—. Estarás como nueva para el baile.

Los carruajes, que ya habían entrado a los terrenos del palacio, se detuvieron, por lo que Damaris solo asintió, y esperó a que abrieran la puerta, deseosa de pisar tierra.

Parte de la familia real esperaba por ellos en la entrada del palacio. El Rey Ben y la Reina Clarissa lucían sonrisas brillantes, el príncipe Bastian tenía una pequeña sonrisa en el rostro, y los menores de la familia no se veían por ningún lado.

Seyn bajó del carruaje tras ella. Su cabello negro estaba despeinado, pero no parecía importarle.

Había decidido olvidar el asunto de las pesadillas, aparentemente, sin embargo, Damaris lo conocía lo suficiente como para saber que no hablaría de eso frente a la familia real, y que no estaría tranquilo hasta que un médico le diera una solución a su problema.

Una punzada de culpabilidad la invadió por un segundo. Ella no quería preocupar a nadie con su condición, era por esa razón que no quería que nadie, especialmente Seyn, supiera lo que ocurría.

Dria era un sitio especial para Seyn, pues el príncipe Bastian era uno de sus mejores amigos, y no podía verlo tanto como le gustaría. Damaris lo último que quería era arruinar esa reunión.

Una mano se posó con delicadeza en su espalda, por lo que volteó a ver. Seyn le envió una sonrisa tranquilizadora, pasando por su lado.

Su amigo estaba totalmente emocionado en el momento en que levantó la mano, para saludar con alegría.

—¡Bastian! —exclamó el príncipe de Rariot, con emoción.

Damaris se preguntaba cómo se sentiría para Seyn el no poder ver a su mejor amigo por tanto tiempo. Los príncipes no se habían visto en casi un año, y solo se comunicaban por medio de cartas.

Se imaginó lo que sería para ella, no poder compartir con Seyn o con Castien por tanto tiempo, y no le gustó la sensación.

El príncipe de Dria sonrió, y bajó las escalinatas para encontrarse con Seyn, quien lo abrazó con fuerza.

El Villano de Nuestra HistoriaWhere stories live. Discover now