CAPÍTULO XLV

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Levantó la mirada hacia la puerta del estudio, cuando escuchó el suave golpeteo en ella.

No necesitó decir nada. La puerta se abrió unos segundos después, revelando la sonrisa de Ther, quien se asomaba por ella.

—¿Ocupada? —preguntó, entrando por completo, cerrando la puerta tras él.

—Deberías saberlo. Me dejaste todo el trabajo de la seguridad por una razón. —respondió Damaris, divertida.

—Sé qué harás un gran trabajo junto con Aren. Estaría perdido sin ti. —Ther se inclinó para besar sus labios.

—Me lo has dicho antes. —se rio—. ¿Qué haces aquí? Creí que estabas cansado.

—¿Qué no puedo venir a ver a mi querida esposa? —preguntó, sentándose en el asiento frente a ella.

—No es recomendable cuando no has dormido bien la última semana. —cerró la carpeta con la que estaba trabajando, y entrelazó los dedos, expectante—. Dime la verdad.

—Está bien, está bien. Quería invitarte a cenar conmigo.

—Oh, ¿todavía es hora de la cena? —preguntó, algo sorprendida, mirando su reloj. De hecho, no era tan tarde.

—Te encantará. Ven conmigo. —Ther se levantó de un salto, y tomó su mano para sacarla del estudio.

Damaris se rio, dejando que él la llevara a cenar... a un lugar que no era el comedor.

—¿Dónde vamos? —preguntó, confundida, al ver que salían a los jardines, que estaban tenuemente iluminados por las lámparas.

—Al invernadero, por supuesto.

Damaris frunció el ceño, pero no preguntó más, solo dejó que él liderara el camino.

Las luces se fueron apagando gradualmente cuando llegaron al invernadero.

—¿Quieres que encienda una piedra de luz? —le preguntó a Ther, un poco preocupada de que terminaran por tropezarse con algo.

—No es necesario. —detuvo su paso, ocasionando que Damaris se detuviera con él—. Tenemos lo que necesitamos aquí. —acto seguido, las flores que se encontraban por todo el invernadero comenzaron a brillar una a una.

Damaris jadeó, llevándose una mano a la boca, asombrada.

Parecían pequeñas estrellas que iluminaban su camino. Un paisaje demasiado hermoso para la vista.

—¿Ther...?

—Mi madre me heredó su habilidad para crear plantas que brillen a la luz de la luna llena. —él se rio, y tomó su mano, para seguir caminando.

Muy pronto, habían llegado a una pequeña mesa llena de comida.

Damaris sonrió, sintiendo su corazón llenarse de calidez al ver lo detallista que se había vuelto Ther en ese momento.

Ther le sirvió una copa de vino, y la invitó a tomar asiento.

Cenaron en medio de una conversación amena. Ahora que Damaris estaba volviendo a tejer una relación con su hermano, quien había partido de regreso a Dria hacía varios días atrás, se sentía mucho más ligera y dispuesta a lidiar con la carga de trabajo que tenía encima.

—Damaris. —la llamó Ther, mientras ella bebía un sorbo de vino.

—¿Sí?

Ther se levantó de su silla, un poco nervioso, y rebuscó algo en sus bolsillos.

—Damaris, nos hemos conocido desde hace años, y hemos estado juntos desde hace un tiempo ya. Yo... —carraspeó, y se hincó sobre una rodilla, abriendo una pequeña cajita, para revelar un precioso anillo de diamantes—. Damaris, ¿aceptarías convertirte oficialmente en mi esposa y Reina?

El Villano de Nuestra HistoriaWhere stories live. Discover now