CAPÍTULO XI

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—Seyn, cálmate. —dijo Bastian, tirándolo a la cama.

—¿Por qué debería? Es año nuevo. Tengo derecho a ser todo lo loco que quiera. —respondió, riéndose.

Bastian suspiró, y se cruzó de brazos.

—¿Qué ocurre, Seyn? Has actuado extraño desde que llegaste, y nunca te había visto tan emborracho como ahora.

Seyn se rio, y rodó por toda la cama.

—Esta cama es rica. Ustedes saben hacer camas.

—Seyn, no te hagas el idiota conmigo.

El príncipe de Rariot puso los ojos en blanco, y se levantó, apoyándose sobre sus manos.

—Ocurre, mi querido amigo, que quiero aprovechar estar lejos de casa. No sabes lo difícil que es relajarse en ese lugar. —sus ojos se encontraron con los de Mer, que cambió su postura al escucharlo—. No necesitas escuchar todo eso. —dijo, devolviendo su atención a Bastian, quien fruncía el ceño.

Seyn cambió de posición, y gateó hasta su mejor amigo.

—¿No crees que es lo mejor? —sonrió, tomando sus manos.

—Soy tu mejor amigo. Deberías poder confiar en mí.

—Y confío en ti, Tian —Bastian frunció la nariz ante el apodo. Nunca nadie le decía de esa manera, a menos que Seyn quisiera molestarlo—, solo que hay cosas que debo arreglar por mí mismo —revolvió su cabello, y se echó hacia atrás, sobre la cama—. Si estuviera en mis manos, huiría y jamás volvería. ¿No suena tentador?

Bastian suspiró.

—Sí. Suena tentador, pero no podemos huir de nuestra realidad de esa manera.

—Al menos quisiera intentar. —dijo, con tristeza.

Seyn sintió que Bastian se levantaba de la cama, y luego cómo posaba una mano en su brazo.

—Sé que las cosas no son como queremos, pero hay que seguir intentándolo, ¿de acuerdo? No estás solo, Seyn. —el príncipe de Rariot solo sonrió, y asintió, a pesar de saber que no era cierto—. Te dejaré para que descanses, ¿te parece?

—Está bien. —aceptó, en voz baja—. Buenas noches, Bastian... y gracias.

—No es nada. Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme. Buenas noches, Seyn. —su amigo le sonrió por última vez, y salió de la habitación.

Escuchó que carraspearon, y tomó un respiro profundo antes de enfrentarse a Mer.

—Dime. —dijo, una vez se había vuelto a apoyar sobre sus manos para observar al hombre.

Mer cerró la puerta de la habitación, en silencio, y se sentó en la cama.

Seyn agradecía que el alcohol había hecho su trabajo enrojeciendo su rostro, así no lo delataría ante la cercanía de Mer.

—¿Cómo estás? —preguntó Mer, en voz baja, mientras comenzaba a desabrochar su saco.

—Cansado. —respondió, con sinceridad—. No quiero seguir haciendo esto.

Mer se tomó un momento para responder.

—Lo sé. —contestó, y le quitó el saco de encima.

—¿No tienes miedo? —preguntó, mirando cómo le quitaba las botas—. Todos lucen como si no hubiera nada qué temer.

—¿No es mejor ocultar la debilidad ante tus enemigos? —tiró las botas al suelo—. No está mal si tienes miedo. —tomó sus manos, cuya piel era cubierta por los guantes—. Yo tengo miedo. —reconoció.

El Villano de Nuestra HistoriaKde žijí příběhy. Začni objevovat