CAPÍTULO XXXVIII

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—Muy bien, ¿y qué encontramos? —preguntó Ther, entusiasmado.

—¿Encontramos algo sobre el Rey Shue San y mi tío? —preguntó Seyn, inclinándose hacia Mik.

—Creo que encontré algo que les interesará muchísimo. —sonrió, sacando las piedras de la memoria de su bolsa—. Estuve viendo todo ahora, y oh, oh, es que no tienen idea de las cosas turbias que guarda este hombre.

—¿Qué cosas turbias? —Seyn se apresuró a tomar una de las piedras, y la activó.

Una pantalla resplandeció de la piedra, mostrando la imagen de una de las cartas de Zaid Aren.

—Primero, quiero mencionar que este tipo ha caído muy bajo. —dijo Mik, a la vez que escuchaba la puerta abrirse. No necesitó echarle un vistazo para saber quiénes eran.

—Danos el resumen, por favor. —pidió Damaris, tomando asiento a un lado de Ther, quien colocó un brazo por encima de sus hombros.

—Está bien. Tuvimos razón en creer que no era un arreglo matrimonial común, y, honestamente, bajamos la guardia respecto a la alianza que formaron ambos reinos. —comenzó a deslizar las imágenes de las cartas, consciente de la tensión que se formó dentro de la habitación—. El Rey Shue San y Zaid Aren han estado intercambiando correspondencia por años. La única razón por la que Banya aceptó firmar el acuerdo de paz, era porque así, Shue San estaría más cerca de la corona de Rariot, y, no es que nos sorprenda, pero Zaid también le gusta estar cerca de la corona.

—¿A qué nos referimos con "estar cerca"? —preguntó Seyn, con una ceja enarcada, mientras Damaris y Ther leían la carta que Mik les había mostrado.

—Bueno, Seyn, tal vez no lo sepas, pero hay personas que caen muy bajo solo para ganarse el favor de una persona.

—¿Qué...? Oh, dioses, no estás hablando en serio. —Mik asintió ante la suposición de Seyn, y activó la otra piedra de la memoria.

—Zaid guarda todo en perfecto estado. Tengo el presentimiento de que es un acumulador y un obsesivo compulsivo, pero ese no es el punto. Encontré esta carta con Dreklai de cuando todavía no había cortejado a Ginet. —le mostró la carta a Castien y Seyn, quienes se inclinaron para leerla.

... La única manera de asegurarnos de que pueda obtener la corona es con Ginet. Mi padre no dejará que despose a un hombre, ni aunque ese hombre seas tú. Decía uno de los fragmentos de la carta.

—No puede ser. —dijo Seyn, con una mueca asquienta en el rostro—. ¿Seguro que no es solo porque querían casarse para... no sé, poder militar y todo eso?

—Es lo que creí, pero encontré otra carta de Dreklai diciendo que Ginet no se daría cuenta de lo suyo, aunque lo hicieran frente a ella. —buscó la carta, y luego se las mostró.

—Qué asco. —no pudo decir Castien, con una mano sobre la boca.

—¿Y qué? ¿Acaso están enamorados o algo así?

—Sí... no creo que estén perdidamente enamorados. —dijo Damaris, apartando la piedra de la memoria—. Y si es así, hasta el amor tiene sus límites en lo que se refiere al poder.

—¿Pero por qué nunca supimos de esto? Y... ¿de qué hablas, Mar?

—Sé que los he estado vigilando por años, pero ni siquiera yo estoy tan enfermo para vigilar a alguien mientras duerme. Tal vez alguna vez se escabulló en la cama de Dreklai para darle amor.

—Mik, deja de decir cosas tan desagradables. Estamos hablando de mi tío y el imbécil de mi padre. —el rostro de Seyn se había vuelto pálido al escucharlo, por lo que Mik se rio.

El Villano de Nuestra HistoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora