CAPÍTULO XXV

45 8 18
                                    

Su cabeza zumbaba cuando logró abrir los ojos.

No había mucha iluminación donde se encontraba, y su vista sin duda no le ayudaba. Todo era una mancha borrosa ante sus ojos.

No sentía sus miembros, pero suponía que no tenía herida alguna. No podía asegurarlo.

Parpadeó, enfocándose en su alrededor. Se encontraba genuinamente desorientada, pues su mente estaba un poco bloqueada.

La iluminación que percibía provenía de un rincón, que dejaba ver unas escaleras que conducían hacia arriba.

Sótano, pensó.

Había estantes con todo tipo de cosas, que no podía ver bien por la oscuridad, pero alcanzó a ver varios libros y papeles por todos lados.

Trató de moverse, pero su cuerpo se sentía pesado, por lo que no logró demasiado antes de detenerse, jadeando.

Le costaba respirar por el esfuerzo que había hecho, pero al menos pudo deducir qué tan mal se encontraba.

No sabía qué le habían dado, pero sin duda era una droga bastante fuerte.

Escuchó pasos, por lo que dirigió su mirada hacia las escaleras, tensa.

Contuvo la respiración cuando observó a la persona que había llegado.

Su cabello castaño estaba desordenado como siempre, y su sonrisa era brillante cuando sus ojos se encontraron.

—Así que despertaste. —dijo, peinando su cabello hacia atrás—. Fue antes de lo que pensé.

Damaris tuvo que parpadear otra vez, sin creer lo que veía.

¿Qué estaba pasando?

—¿Qué es...? —su voz se escuchaba ronca. En desuso. Tragó saliva, todavía confundida.

—No fue trabajo fácil llegar hasta aquí, debo admitir. Todo ese caos en el Palacio... Fue complicado.

Los recuerdos del baile chocaron en su mente. Todo se reprodujo en su cabeza con lentitud y con detalle.

Su respiración se volvió inestable.

—¿Tú lo hiciste? —preguntó, en un hilo de voz. Su corazón dolía mientras admiraba aquel rostro orgulloso.

—No exactamente. —reconoció Diev, encogiéndose de hombros—. Tuve ayuda de unos cuantos amigos.

La manera tan despreocupada en que lo dijo activó la ira de Damaris.

—¡¿Qué mierda ocurre contigo?! ¡¿Acaso estás loco?! —gruñó, furiosa—. ¡Has traicionado a tu Rey!

—¿Mi Rey? —la interrumpió, con una ceja enarcada—. Oh, oh. Te refieres a Dreklai. —sonrió, bastante divertido—. Ese hombre no es mi Rey, Damaris. Jamás lo fue ni tampoco lo será nunca. Al único Rey que aceptaré es a mí mismo.

Damaris se congeló al escuchar sus palabras.

—¿De qué hablas? —preguntó, un tanto asustada—. ¿Estás planeando usurpar el trono? —él sacudió su cabeza.

—Usurpar es una palabra horrible, Damaris. Simplemente tomaré lo que es mío.

Damaris no podía creer lo que estaba escuchando. No podía creer lo que tenía ante sus ojos.

El Embajador Lastair Diev siempre había sido un hombre leal a su Reino, o eso había creído ella por tantos años, porque el hombre que se mostraba ante ella era un bastardo que planeaba arrebatarle el trono a su Rey.

El Villano de Nuestra HistoriaWhere stories live. Discover now