CAPÍTULO XXVII

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—¿Estás segura de esto?

—Estoy segura, no me hagas cambiar de opinión. —Loto asintió.

—Está bien, entonces, relájate. —le indicó, arremangando su camisa.

Loto tomó un respiro profundo, y soltó lentamente el aire, mientras su mano se posaba en la cabeza de Damaris.

Escuchó que murmuraba algo, que pronto la hizo sentir somnolienta.

Cerró sus ojos sin quererlo, y una incómoda sensación la invadió.

Parecía como si algo se estuviera resquebrajando en su interior.

Los recuerdos la golpearon como un choque.

Respiró agitada, observando su alrededor, y reconociéndolo al instante.

Era su casa. La casa de los Lade.

Se veía a sí misma, con su libro de cuentos, y cómo ayudaba a Debbie con su rompecabezas.

Recordaba la mundana conversación con su hermano, que ahora se desarrollaba ante ella.

Recordaba el suave sonido de la puerta, y el momento en que decidió atender a sus visitantes. El sentimiento de triunfo al lograr abrir la puerta, aún con su altura, la invadió por un segundo.

El Rey Dreklai habló con ella, con su suave sonrisa. Estaba siendo acompañado por varias personas, que reconocía como soldados sin armadura, sin embargo, llevaban sus espadas en la cintura, y el emblema del Rey en su broche. Estaban buscando a sus padres.

Damaris recordaba haberlos llamado, sin embargo, lo que antes había estado en blanco, ahora seguía reproduciéndose en su cabeza.

Ella no entendía. Era muy pequeña para entender la expresión de sus padres al ver al Rey.

Recordaba haber tomado la mano de Debbie, quien se sentía intimidado por los soldados, quienes solo miraban alrededor de la casa.

La deuda de sus padres existía. Esa parte era cierta, sin embargo, lo que ocurrió después, no iba acorde a la historia que le habían contado.

Sus padres hablaban con el Rey, rogándole de rodillas. Damaris no entendía por qué le rogaban a un Rey tan bueno.

El monarca se inclinó hacia sus padres, incitándoles a levantarse. Murmuró algo que Damaris no escuchó, pero notó cómo sus rostros se palidecieron.

Recordaba a su madre aferrarse a la mano del Rey, quien había volteado a ver a los pequeños niños.

—Por favor. —rogó su madre, con lágrimas recorriendo sus ojos—. Ellos no. No tienen la culpa.

—Haremos lo que sea. —rogó su padre, quien se había vuelto a postrar frente al Rey, tomando su mano libre—. Nosotros somos los deudores. No nuestros niños.

Damaris sintió en su corazón aquella pulsación de alerta tan familiar. Aquel día, ella había dado un paso hacia adelante, para tratar de ayudar, pero se encontró con los ojos de su madre, quien sacudió su cabeza al notar sus intenciones.

Damaris se detuvo ante el gesto, y se había debatido sobre qué hacer.

Había observado al Rey, quien les había dejado de prestar atención a ella y a su hermano, para dedicarles una mirada de eterna tristeza a sus padres, levantando una mano.

Sintió que su corazón se detenía por un segundo al reconocer aquel gesto que el Rey había hecho hacia sus soldados.

Su visión se tiñó de rojo, al momento en que la sangre del pecho de su padre la salpicó en el rostro.

El Villano de Nuestra HistoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora