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— Espera un segundo.

Al otro lado de la sala, en un grupo de invitados, dos mujeres charlaban entre sí con copas en sus manos. La más joven, de pelo rojizo descolorido y mirada perdida, sujetaba el vaso de cristal con intranquilidad. Su tía, a su derecha, hablaba animadamente con unos señores a los que parecía incomodarles su presencia, dejándole de lado.

Ailén se acercó sin poder creerse que su amiga Vera estaba en la misma habitación que ella, habiendo cruzado los límites de su barrio, Almas, para tomar una copa azulada con un lujoso vestido dorado. Era increíble la diferencia que podía hacer un atuendo y unos cuidados caros en las dos, y, sin embargo, seguían destacando como si no pertenecieran a ese lugar ni aún camufladas con sus mismas ropas.

Cogió a su amiga por su mano libre, que se sorprendió al contacto, y la llevó lejos de su tía para apartarle de ella.

— ¡Vera! ¿Qué haces aquí?

— ¡Ailén, eres tú! He venido con mi tía por unos negocios o algo así. Me alegra que estés bien, qué guapa. Nunca te había visto así...

— No creo que lo lleve de vuelta a casa.— Se refirió a su propio vestido.— Estaré cinco días trabajando para Sentenza porque quiero saber dónde está mi hermano.

— Pero Yael... él murió.

— Lo sé, eso es lo que dijeron. Pero le he visto, Vera. Algo está pasando, te lo prometo, he visto a mi hermano. Ven conmigo.

El ofrecimiento tenía un caro coste para Vera, que se sentía atrapada entre las garras de su tía y el sentido del deber con su familia. Pero la oferta era tan tentadora que la reflexionó durante un momento. Los ojos de Ailén estaban llenos de esperanza y brillaban tanto como las pequeñas luces sobre ellas, tratando de convencerle, aunque al final Vera desistiera de unirse al plan.

— No puedo irme, si se entera me mata. ¿Y a dónde iríamos? No me dejan salir del edificio.

— Con ella.

Ailén señaló a alguien entre la multitud y Vera le siguió por detrás con un poco de miedo por saber a quién había logrado convencer su amiga para que les dejara salir. Fueron al rincón cerca de las mesas donde estaba la chica de las ondulaciones y el vestido azulado. Vera se quedó parada junto a Ailén, con timidez por conocer a alguien nuevo.

La chica se adelantó para hacer su presentación antes que nadie, sonriendo hacia Vera. Ella apartó la mirada al suelo.

— Soy Rubí. Me gustan tus tatuajes.

— Gracias. Yo soy Vera.

— Vamos antes de que nos vean.— Sugirió Ailén, interrumpiéndoles.

Rubí les enseñó las llaves de un coche, que colgaban de la palma de su mano. Lograron persuadir a los hombres de la puerta comentando que iban al lavabo y corrieron a toda carrera hacia el ascensor, que se encontraba vacío. Luego se marcharon al garaje del edificio en busca del coche de la chica que acababan de conocer, un deportivo morado oscuro que dejó a las dos amigas con la boca abierta. Ailén se sentó en el copiloto y Vera en la parte trasera, mientras Rubí arrancaba el coche, de motores potentes.

— ¿Dónde vamos?

— ¿Sabes dónde puedo encontrar a Tracer?— Preguntó Ailén, admirando el suave tapizado del interior y la comodidad del asiento.

— ¡Quieres acercarte al loco de las motos! Sé dónde puede estar, pero no te lo puedo asegurar al cien por cien. Me quedaré con tu amiga, es demasiado bonita para entrar en un sitio así.

— Vale.

— No, Ailén, yo voy contigo.

Vera se asomó al asiento del copiloto antes de atarse el cinturón y bajó el tono de su voz con preocupación para que la otra no escuchara.

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