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Las preguntas de la entrevista fluyeron sin parar durante veinte minutos largos en los que Ailén pensó en abandonar la sala tan pronto como acabasen. Para esconderse, se unió a un pequeño grupo de periodistas para un periódico deportivo de la última fila que no parecieron saber quién era. Le miraron de reojo para saber si llevaba una acreditación que la identificara colgada del cuello, pero no la encontraron. Aún así continuaron charlando entre ellos mientras ella se quedaba cerca.

El grupo estaba a punto de salir y ella con ellos, pero antes de poder hacerlo, la mujer rubia tocó su hombro.

— Perdona, ¿eres la hermana de Yael Dábalos? ¿La víctima de Dagta de Kiles?

— ¡Es Ailén Dábalos!— Se giró un hombre de unas filas más allá, señalándole.

En un instante todas las cámaras y miradas apuntaban a ella, que se quedó parada de miedo, en medio del caos. Pronto, todos los asistentes de la sala dejaron de prestar atención a Tracer para rodearla.

En la primera fila, bajo el escenario, Cesia enseñaba en su tablet algo a Tracer junto a otra persona de sus asistentes. El chico, que había escuchado las voces de los reporteros, alzó la mirada. Dio con ella entre las cabezas de los demás, separados por unos metros y decenas de personas.

— ¿Ailén?— Susurró.

Cesia se adelantó antes de que Tracer diera un solo paso y le paró, cogiéndole por el brazo con una mirada seria.

— N0 es el momento de armar un escándalo. Todos están viendo.

Ailén estaba acorralada por los periodistas, que no paraban de preguntarle cosas que no pretendía responder. No estaba acostumbrada a que tantísimas personas le prestaran atención y se bloqueó.

— Mierda.

No entendía cómo era posible que le hubieran reconocido cuando no había salido en ningún medio informativo tras la supuesta muerte y desaparición de su hermano.

Comenzó a dar codazos y empujarles para hacerse paso hasta la salida a la fuerza, corriendo hasta la puerta y cruzándola para escapar. Sin mirar atrás se metió en un pasillo del hall que no sabía adonde daba, esperando que todas las puertas que se encontrara estuvieran abiertas. Podía escuchar las pisadas y las voces de algunos periodistas intrépidos que le perseguían por tener la exclusiva, olvidándose de respetar su privacidad. Pero ella era mucho más rápida que todos ellos.

Llegó a la piscina del hotel, donde gracias a la humedad pudo perder a dos personas que resbalaron. Sin embargo, la mujer rubia le seguía, ilesa. Para esquivarla, se metió por las habitaciones y la cocina del servicio, sorprendiendo a algunos trabajadores que se encontraba en su camino. Después de haberle sacado algo de ventaja, se encerró en una alacena llena de cajas, donde permaneció en silencio hasta que le escuchó pasar de largo. Entonces cogió aliento para salir por la dirección contraria.

Al salir ya no estaba. Dio con unos ascensores del servicio, en un pasillo con algunos carritos de limpieza. En cada uno de ellos había un objeto brillante y dorado. Una llave maestra.

Ailén se acercó a coger una con la esperanza de tener la suerte de que funcionara. Se metió en el ascensor sin que nadie le viera y metió la llave en el número de la primera suit. Esta encajó a la perfección y, al girarla hacia la derecha, el ascensor se activó para subir a la planta.

Siguiendo la estética del hall del hotel, al abrirse las puertas, la increíblemente hermosa suit de motivos árabes le saludaba a oscuras. Era una gran sala con unos sillones marrones que rodeaban una preciosa y relajante fuente en el centro, acompañada de distintas plantas exóticas. Un pajarito enjaulado cantaba a un lado al verla, pero Ailén se quedó impresionada por el enorme balcón abierto que dejaba entrar la luz de la luna.

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