𝟭𝟰

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Durante todo el largo camino de vuelta al hotel, Ailén se sintió intranquila en su asiento por saber qué había pasado con su amiga. Le escribió unos mensajes esperando que contestara rápido, pero ella no lo hizo hasta varios minutos después. Para su alivio, Vera había llegado a salvo a la segunda casa de su tía, donde se estaba quedando. Según sus cortos textos explicativos, Rubí había dejado que tomara una copa y luego le había conducido hasta casa.

Murió de ganas por contarle lo que había pasado con Tracer cuando ella le preguntó cómo había ido su noche, pero borró tres veces el mismo mensaje escrito de maneras diferentes. No se atrevía a contarle nada hasta que aclarase su mente sobre lo que había ocurrido.

Tracer no es como ella esperaba ni recordaba.

Un drogadicto temerario y locamente adicto a la adrenalina no era el chico dulce pero travieso que conoció una vez. No podía entender por qué no podía inmutarse de que ella había estado a punto de matarle y él no se había movido un milímetro. Como si prefiriese morir a manos de una desconocida cualquiera, borracho y drogado, que vivir la vida llena de lujos que había soñado y logrado obtener con mucho esfuerzo.

No le parecía justo cómo ella permanecía igual, como si estuviera atascada en el pasado, y él había podido cambiar tanto.

Paró el taxi cuando faltaron dos calles para llegar a su destino. Pagó con su teléfono desde la tarjeta y se bajó para caminar un poco antes de entrar en el hotel.

Estaba tan lejos de casa que pasear bajo la luna llena era lo único que podía tranquilizarle y recordarle a su hogar en Almas. Sus largos paseos de vuelta a casa después de coger el tren cada día del trabajo se parecían de alguna manera al que estaba recorriendo en aquel momento. El frío viento nocturno picaba en sus ojos, humedeciéndolos muy a su pesar. Parpadeó varias veces para contener las lágrimas en ellos, centrándose en llegar al hotel.

Una vez allí, fue directa desde el vestíbulo a su habitación, subiendo por el ascensor. No se encontró con ningún hombre de Sentenza, así que supuso que nadie habría echado en falta su presencia en la fiesta.

Al cruzar todo el largo pasillo hasta la habitación 204 empezó a notar el cansancio en su cuerpo. Cerró las puertas detrás de ella, tan agotada como si le hubiesen pegado una paliza y dejado como una bolsa de basura en su cuarto. Arrastró los pies hasta el baño, donde se desmaquilló y desvistió para luego meterse en la cama. En el interior del cómodo colchón y las finas sábanas blancas, la temperatura era perfecta para Ailén. Algo de luz del exterior se colaba entre las pesadas cortinas que daban al balcón, pero a ella no le importó para caer rendida al sueño.

Horas después despertó pegada a la almohada, que había abrazado toda la noche. Los rayos del sol entre las cortinas se habían hecho presentes por la habitación hasta su cama y no podía volver a cerrar los ojos sin notarlos a través de su piel.

Se sentó para coger el móvil de la mesa de noche y ver la hora. Las once y cuarto no le parecía una buena hora para despertarse cuando pretendía dormir toda la mañana.

De pronto llamaron a su puerta y tuvo que vestirse rápidamente con la sudadera y unos pantalones anchos del armario. El hombre al otro lado insistió en la puerta, volviendo a llamar a pesar de que ella le avisó de que todavía no estaba lista.

No se molestó en ponerse las zapatillas y fue a abrir descalza, ya que el suelo era de madera y estaba limpio. Si era uno de los de Sentenza, le mandaría un sencillo mensaje de su parte y se iría en seguida.

Sin embargo, cuando dobló el plomo y arrastró la puerta, vio algo totalmente distinto a lo que esperaba. Eryx le miraba con desaprobación desde afuera, con una bandeja entre las manos y cubierto de capas, desde un jersey de cuello alto a un abrigo hasta las rodillas.

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