𝟭𝟴

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Las lágrimas retenidas en los ojos de Ailén escaparon por sus mejillas, que fueron borradas por la manga de la chaqueta que cubría su mano malherida. Pero fueron suficientemente visibles bajo las amarillentas luces de las farolas como para que Eryx se diera cuenta de la soledad y el temor que estaba sintiendo. Aunque continuaba sin entender por qué le había abrazado en mitad de aquel caos, entendía que tenía sus motivos, guardados en su interior y que luchaban por salir después de haber sido retenidos por tanto tiempo.

Sin embargo, no podía quedarse con ella, pero tampoco deseaba dejarle sola. Muy a su pesar, solo se le ocurrió una manera de ponerle a salvo.

— Ve hacia aquella calle de allí rápidamente. Tienes que parar la moto mientras puedas y subir con él, no hables con nadie más. Iré a por ti cuando acabe.

Ailén no pudo despedirse de él apropiadamente, ya que se marchó corriendo con su unidad de policías tras recibir un aviso del interior del edificio. En un minuto, le vio desaparecer sin volverse atrás, directo a la caza del enemigo, y ella se quedó sola otra vez en una zona de la ciudad que desconocía.

Se frotó la nariz helada e irritada con la manga y se fue hacia la calle que daba a la parte trasera del estadio, sin ninguna indicación más que parar una moto que le llevaría a un lugar seguro, lejos de Kiles y del peligro.

Bajo el letrero de un restaurante marroquí cerrado habían un par de motos aparcadas con el mismo logo que su cartel, así que supuso que no sería ninguna de ellas la que debía parar. Continuó caminando calle abajo hacia una zona menos transitada, algo mareada y esperando que el sentido común de no subir a la moto de un desconocido dejara de taladrarle la cabeza.

En un descampado en obras, aparentemente abandonado, vio una moto negra aparcada en la acera. Solo se veían algunos andamios hacia el techo de la infraestructura y montañas de arena. El lugar perfecto para esconderse si alguien que no quería ser seguido. Desgraciadamente para el dueño del vehículo, Ailén le encontró antes que nadie.

Encima de la moto, de espaldas a ella, se sentó una persona con una cazadora oscura y unos guantes, lista para quitar el caballete que la sujetaba al suelo y arrancar.

Ailén corrió por la carretera hacia la zona en obras como si su vida dependiera de ello y, si no alcanzara a la persona, moriría en el intento. No quería quedarse atrás, en la oscuridad del estadio, cuando las luces se apagaran y las personas por las que estaba preocupada estuvieran atrapadas dentro, sin poder hacer nada más que esperar por ellos.

En medio de su carrera hacia la moto, en un momento de sensatez, se detuvo en seco. Sus zapatillas rozaron el pavimento en un chirrido, desequilibrándole levemente.

No le hizo falta llegar hasta el chico sin coger aire, ya que este escuchó el ruido detrás de él y se giró.

Ailén caminó paso a paso como si nadase entre arenas movedizas, con precaución a cada pisada a medida que avanzaba. No le había visto nunca, pero el joven hombre emanaba un aura que le recordaba a alguien cercano. Sus ojos marrones le siguieron detenidamente hasta que llegó a su lado y se puso delante, dispuesta a parar el vehículo si se marchaba.

— ¿Cómo me has encontrado?

El chico apoyó el peso en su pierna derecha, ladeando la moto para no perder el equilibrio.

Cogiendo el aire que le faltaba por la carrera, Ailén dio un paso adelante.

— Tienes que llevarme contigo. Eryx me ha dicho que lo harías.

Iba a preguntar por su nombre, cuando los dos escucharon un fuerte ruido que hizo eco en las calles. Eran sonidos de armas que Ailén reconocía de Ragta, pero más intensificados, y provenían del estadio que había dejado atrás. El chico encogió su cabeza entre sus hombros, asustado por el primer disparo lejano, para luego mirar hacia todas partes en tensión, buscando el origen de estos. Después de estar confuso durante unos segundos, cogió el casco que sujetaba entre sus piernas y se lo tendió a Ailén.

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