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Ailén llevó al policía a un lugar que a ella le parecía excepcional, no solo por tener las mejores vistas de la ciudad, sino por todas las memorias que había acumulado allí, a lo largo de su infancia y adolescencia.

Cruzaron el puente bajo las vías de tren, en el cual se habían conocido bajo un pequeño malentendido. Como cada noche, un vagabundo más dormía entre cartones del suelo y packs de latas de alcohol vacías. Pasaron rápidamente y sin hacer ruido, para no molestarle. Al llegar al final de este, se desviaron por un delgado camino entre la maleza que subía hacia arriba por una colina. A Eryx le costó algo más que a ella llegar a la explanada de campo silvestre, que estaría completamente oscuro, de no ser por el primer rayo de luz de la mañana que lo iluminaba tenuemente.

Ailén dio vueltas alrededor de él, contándole cómo Tracer, Yael y ella jugaban y peleaban hasta que caía el sol. Eryx le escuchaba atentamente, ya que ella se había criado ahí y quería entender cómo había sido su experiencia de crecer en un lugar tan diferente del suyo. Como si hubiera viajado en el tiempo, podía imaginar a una Ailén pequeña corretear entre las flores salvajes, como una más.

Se sentó en el suelo tras comprobar que no hubiese ninguna piedra y se río de las peligrosas hazañas de la chica a la vez que el sol se ponía. Ella, agotada de gesticular y andar de un lado para otro, se sentó a su lado para ver el amanecer.

Eryx la observó atentamente; cómo los rayos bañaban su piel pálida, que parecía repelerlos, sus ojos se volvían claros, y su sonrisa se iluminaba. Era extraño verla de ese modo, como si fuera una bonita canción que escuchara una vez en la calle y no recordara al llegar a casa.

— Me descolocas, Ailén.

— ¿Eso es bueno o malo?

Ella agrandó su sonrisa, tapando de sombra los ojos con una mano. Eryx llevó su mirada al frente y le escuchó reír, confundida. El frío de la noche se había esfumado para dar paso a la acalorada mañana que les esperaba por delante y, para él, se sentía más cálida que ninguna otra.

Cuando le volvió a mirar, Ailén estaba inclinada hacia él, soltando una carcajada que no pudo aguantar. Acto seguido, le pegó en el muslo de su pierna para provocarle a que contestara, lo cual hizo.

— Es perfecto, dentro del caos.

Ailén dejó de reír gradualmente, con la mano relajada en la pierna del chico. Experimentó una sensación poco común, que no era la primera vez que le sucedía. En su estómago algo se movió que le hizo tener un recorrido de adrenalina por todo su cuerpo, adelantando el latido de su corazón. Siguiendo un instinto primario, se inclinó un poco más hacia él, hasta que la distancia entre ambos no quedó a más de un palmo y medio.

— Ay... ha sido un camino estúpidamente largo.

Sin pretenderlo, el extremo de la mano de Eryx rozó la que había en su pierna, que provocó que suspirara entrecortadamente. Hasta el más mínimo roce de ella lo apreciaba como algo tan intenso que le había dado el poder de encoger su interior y poder estrujarlo hasta hacerlo pedazos si quisiera. Se puso un poco nervioso cuando su nariz chocó con la mejilla de Ailén.

— Nunca... nunca antes he tenido un sentimiento tan fuerte por alguien a quien estaba protegiendo. Siempre me he puesto una barrera que separa las relaciones personales del trabajo y me he alejado. Cuando cada trabajo estaba hecho, no volvía a tener contacto con el protegido. Y no logro entender qué es lo que ha cambiado porque cada noche me repito que si te pasara algo por mi culpa, no me importaría perder mi puesto más de lo que lamentaría perderte a ti. Ailén, he rehusado toda mi ética ahora mismo para poder tocarte. Si no fuera tu protector... te desearía con más fuerza de la que me contengo.

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