𝟯𝟳

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Ailén abrió los párpados muy despacio, casi en contra de su voluntad. Quería continuar durmiendo, pero estaba mareada y algo le obligaba a abrirlos.

Estaba sentada en una silla, atada de brazos y piernas. Aún así, no trató de zafarse ni huir, aceptaba su destino porque sabía que no podía detener lo que iba a pasar.

En el mismo almacén en el que le habían secuestrado anteriormente, habían 3 hombres frente a ella. Podía reconocer sus caras, pero las veía borrosas por sus pesados párpados.

Su hermano se reía y le señalaba.

— ¿Dónde estoy?

Sentenza le seguía a él con carcajadas, como si fueran amigos viendo el espectáculo más divertido del mundo, y ella fuera la atracción principal.

Ailén trató de mover un brazo para poder alcanzarle, pero le resultó imposible. Entonces el tercer hombre, que había permanecido apartado de los otros dos, se acercó a la luz para revelar quién era.

Eryx la miraba con desagrado.

— Es tarde...— Su voz era un eco.

El chico, decepcionado, se dio la vuelta para dejarla allí.

En un impulso, Ailén rompió las cadenas que la sujetaban a la silla para liberarse. Le pareció una eternidad hasta caer al suelo, con el brazo estirado para que él lo cogiera. Sin embargo, Eryx no le agarró.

— No, vuelve.

Moviéndose tan rápido como el viento, Sentenza le puso una bolsa de plástico en la cabeza y ella solo podía sentir la tristeza invadirle en la oscuridad del plástico. Ni siquiera intentó apartarse.

— ¿Prefieres morir ahora, o primero irá Yael?

Sin esperar respuesta, Sentenza apretó la bolsa en su garganta hasta no dejar aire.

Ailén se levantó de golpe, con una sensación extraña en su garganta, ahogada. Tomó aire y se dio cuenta de que había sido una pesadilla. Seguía sentada en su cama, en su casa de Ragta, en el colchón raído sobre el que había dormido la mayor parte de su vida.

Los primeros rayos de luz se colaban a través de la puerta, entreabierta.

Sin más ganas de volverse a tumbar e intentar retomar el sueño, se levantó poco a poco. Sus pies entraron en contacto con el frío suelo, que tocaron la suciedad del polvo acumulado. Una araña de tamaño notable, estaba vuelta con sus largas patas estiradas hacia el techo, muerta en la esquina del cuarto. El piso estaba echo un asco desde que se fueron, nadie había tenido oportunidad de limpiarlo.

Fue a darse una ducha y, por suerte, el agua seguía en funcionamiento. Se alegró al abrir la manivela para dejar correr el agua por su cuerpo, aunque estuviera un poco fría. Al terminar se vistió y cogió la gorra amarilla que siempre le había acompañado, para ponérsela cuando se secara el cabello. 

Trató de encender la lámpara del comedor, que daba a una zona sin demasiada iluminación natural, pero no funcionaba. Les habían cortado la luz. Buscó en los cajones donde su abuela guardaba las velas gastadas y las encendió por las áreas más oscuras del piso.

Miró la hora en la pantalla de su teléfono, eran las once y media. Los demás estaban a punto de llegar a la reunión clandestina que iba a tomar lugar en su casa, pero el primero en llegar, antes de tiempo, no fue otro que el chico que le había estado buscando como un loco.

La puerta del piso estaba abierta cuando entró, como solían acostumbrar a hacer en el edificio de Almas, porque no tenían nada de valor más allá de los recuerdos que los objetos de la casa les dejaron y que su familia había formado.

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