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El picor de las patas de un diminuto insecto en la mejilla despertó a Ailén, que lo apartó volando cuando su mano rozó la piel de su rostro.

Abrió los ojos poco a poco, incómoda por la luz matinal que entraba por el hueco de la puerta, entreabierta. Estaba tirada en el suelo sobre una alfombra y rodeada de una sábana y un cojín. A su alrededor habían estanterías de metal llenas de cajas de cartón y latas de comida. Confundida, se frotó la cabeza y buscó su mochila por el suelo, hasta que la encontró entre unas botellas vacías de ginebra.

Entonces se puso en pie y su espalda crujió al estirarse. Reconoció la leve música que podía escuchar desde la trastienda, una recopilación de éxitos de los 80, y sabía que estaba en la licorería.

Antes de poder coger su móvil y comprobar que el policía no le hubiese confiscado nada, Vera saltó desde la puerta hasta ella para abrazarle, pillándole por sorpresa.

— Vera, ¿cómo he llegado aquí?

Ailén se fijó en la ropa de su amiga, el uniforme naranja y negro que les obligaban a llevar a pesar de que en la tienda no entraba ninguna chica de su edad y era obvio imaginar que ellas eran las dependientas.

— ¡Shh! Puede escucharnos.— Susurró.

— ¿El poli?

— ¡No! ¡Mi tía!

Vera se agachó para recoger la sábana y el pequeño almohadón y hacerlos un lío entre sus delgados brazos. Luego los metió en una bolsa de basura como si fueran una especie de evidencia de un crimen y traspasó la puerta para atarla y dejarla a un lado del callejón. Ailén entendió que debían disimular y cargó su mochila a la espalda, preparada para esconderse donde fuera que Vera le dijera, la cual le indicó que saliera afuera.

— Da la vuelta y entra por la puerta principal.— Apurada porque se diera prisa, le señaló el final de la calle.— Yo te espero aquí, vigilando la bolsa.

— Vera, ¿y el poli? ¿Dónde está?

— ¿Estabas con un policía? Solo escuché a un tipo pidiéndome desde tu número que fuera a recogerte pero que no te llevase a casa. Tampoco podía llevarte a mi casa, imagínate cómo se hubiesen puesto mis tíos. Te encontré durmiendo sola en un restaurante japonés de la zona Sagta, ¿qué hacías fuera de Ragta con un policía, Ailén? ¡En Sagta! Debes tener cuidado.

— Lo sé y yo tampoco lo entiendo. ¿Por qué no me quería llevar a Almas?

— Ah, pues... creo que es porque la prensa ha averiguado quién eres y dónde vives. Están buscándote, lo siento.

Ailén sacó su teléfono para buscar las noticias. Tal y como Verá le había mencionado, varios reporteros habían sacado noticia, rodeando el edificio redondo y tomando imágenes y vídeos.

—¡Mierda!

En cada artículo que entraba se le describía como la hermana sin recursos del fallecido involucrado con Tracer. Y, como era de esperar, en todos se dejaba caer la premisa de que el chico del casco de moto era inocente hasta que se demostrara lo contrario. Insinuaban también que el asesinato de Yael era un ajuste de cuentas con su camello, Kiles, y no suponían ninguna pérdida para este mundo, pero tenían miedo de que andara suelto. Podía leer entre las líneas que la presencia de un asesino en el mundo de la droga, que había escondido el cuerpo de su víctima, preocupaba a las altas esferas.

Ailén se marchó por el callejón, dejando a Vera atrás.

Quiso recolocarse su gorra en la cabeza, pero al llevar una mano a esta, se percató de que se la había olvidado en la calle bajo el puente, donde había peleado contra el joven policía. No recordaba bien su nombre, ni tampoco tenía su número, ni sabía cómo contactarle.

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