𝗘 𝗽 𝗶 𝗹 𝗼 𝗴 𝗼

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1 año y medio más tarde

Durante el caluroso mes de Junio el ruido de las sirenas de policía se había ido extinguiendo gradualmente, hasta desaparecer. Los crímenes de Ragta, llevados a cabo por la banda criminal de Sentenza, se habían apoderado de las calles sin piedad, expandiéndose hasta conseguir el control de la región entera. La policía había perdido todo el interés en ellos, moviéndose a Sagta y protegiendo a Dagta.

Ailén escuchaba los pájaros grises volando sobre el cielo, tumbada en la maleza de la colina. De vez en cuando le distraían las vibraciones y el ruido del tren pasar por las vías, en el que debía subir en la próxima media hora.

Miraba su teléfono móvil, con la pantalla rota, para borrar fotos. Le aparecieron unas significativas entre demás basura, del año anterior, que jamás olvidaría. Yael con la abuela en casa, antes de ingresar en la cárcel; una cena en el piso nuevo de Rubí y Vera; las entradas para un pequeño concierto de su grupo favorito, en un bar de Ragta y su última noche con pelo rubio.

Era extraño para ella, viéndose en aquella última fotografía, cómo no podía reconocerse. Algo durante su largo tiempo trabajando para la mafia había terminado por romperla y arreglarla para empezar a ser una persona nueva. No era porque su aspecto hubiera cambiado por su nuevo peinado o la manera en la que se maquillaba, sino porque ahora era libre para decidir qué quería hacer con su vida. Pero lo cierto era que no quería nada. Ahí tumbada, con la naturaleza y el cielo pintado de rosa, había decidido que se dejaría llevar por las circunstancias que le habían llevado a ser la chica que era. Aceptaría todas sus desgracias y no volvería atrás.

Cerró los ojos y respiró hondo, olvidándose del ruido del tren, los pájaros sobre su cabeza y hierbajos bajo su cuerpo. Le pidió al universo que siguiera dándole fuerza y valor para que todo su sufrimiento no fuera en vano y, cuando se levantara, no hubiera enemigo que pudiera clavarle la mirada nunca más.

Unos minutos después conectó los auriculares enredados, se puso la capucha de su chaqueta y cogió un tren a Sagta.

Al bajar de la estación se camufló entre la multitud que se embarcaba a aquellas horas de la tarde, sobre las ocho. Caminó unas calles mientras anochecía con calma, hasta llegar al restaurante de letras chinas de neón azul. Después abrió la puerta de cristal y saludó con la cabeza al acalorado chef del fondo, que salteaba verduras.

Ailén se sentó en la mesa donde le esperaba un joven hombre de cabello largo, de espaldas.

— Hola.

— Hola, Ailén. Me alegro de que no hayan rencores. Y siento lo que hice, estaba hundido.

— Ha pasado tiempo.

Pero ella no olvidaba, aunque Kiles nunca hubiera sido su prioridad de venganza. Confiaba en que el karma había hecho su trabajo por ella y él ya había pagado.

— ¿Cómo está Yael?

— Bien.— Se encogió de hombros Ailén.— Sabe moverse por la cárcel.

— No esperaba menos.

Kiles tomó un sorbo de su bebida fría con resquemor.

Cuando la camarera se acercó a pedirles qué iban a tomar, Kiles pidió un café americano, lo cual indicaba que no se quedaría mucho más tiempo del necesario allí. Mientras que Ailén se quedaría para cenar como acostumbraba, al menos, una vez cada dos meses. Eligió una sopa de wonton y jiaozi.

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