𝟮𝟰

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La licorería estaba caliente al entrar, como si el calor humano de los que estaban dentro en ese espacio pequeño se hubiese apoderado de la estancia. Pero el fuerte olor a perfume cargado de Cesia había inundado la entrada, en contraste con el aroma a naranja y jabón limpio de Tracer. Estaba de brazos cruzados, con la cadera apoyada en el mostrador. Al entrar, les echó una mirada capaz de rebañar el cuello de su peor enemigo.

— Ahora has decidido aparecer.

— Pueden esperarme.— Se adelantó él, dejándole atrás.— Quédate con ella.

— Es para matarte...

Tracer entró dentro de la trastienda, donde pudo escuchar la voz de la tía de Vera al otro lado, dándole la bienvenida. Ailén fue hacia la puerta pero Cesia le impidió el paso, colocándose delante de ella como una alta barrera con tacones de aguja.

Ailén jamás hubiese adivinado que Tracer estuviera metido en el negocio ilegal de la compra de armas y menos aún que fuera en la licorería en la que ella había trabajado varios años. Tampoco que la tía de Vera se arriesgara tanto para vender a una persona con el nivel de fama que tenía Tracer, pero de otra manera no podría permitirse comprar sus abrigos de piel de animal. "La muy puta", pensó.

Dio vueltas y vueltas por la entrada y detrás del mostrador, viendo los uniformes colgados en el perchero. Todavía estaba el suyo y el de Vera. Se preguntó si ella estaría por ahí. Le hubiera gustado hablar con ella y darle un gran abrazo. Ponerse al día como hacían entre sus turnos, pero no era un buen momento, delante de Cesia y con Tracer negociando por armas.

— Otra vez Ailén Dábalos. Siempre metida en medio de todo...

— Él me ha traído aquí. Yo no quería venir.

— Se lo advertí por quinta vez esta semana. No tienes ni idea de lo que el muchacho ha sufrido por ti.

— ¿Por mí? Será una puta broma.

Cesia abrió su diminuto bolso con una fina cadena y sacó un elegante dispensador de metal de cigarrillos. Sacó uno y lo movió entre sus dedos, ofreciéndoselo. A Ailén le brillaron los ojos. Un cigarro podría ser capaz de revivirla para calmar sus temores.

Las dos salieron a fumar fuera, dejando la puerta entreabierta. El humo gris las rodeó en mitad de la noche. Cesia tenía un aura refinada y poderosa que Ailén envidiaba y que se acentuaba incluso cuando fumaba un par de cigarrillos, que era lo más mundano que podía existir para ella. Su pintalabios carmín se marcaba en cada uno que tiraba al suelo y chafaba al acabar para apagar su fuego. Si ella llegaba a la mitad de sus treinta de la misma manera que Cesia, podía empezar a rezarle a Dios.

— He sido yo quien aguantaba sus distracciones con las drogas y el alcohol, que le hacían perder el conocimiento. Hemos pasado por dos comas etílicos y tres lavados de estómago por antidepresivos después de que luchase con todo lo que tenía para ganarse un puesto en nuestra sociedad y borrar su antiguo nombre en Ragta.

Ailén se giró hacia la mujer con su cigarrillo entre los labios, viendo su rostro afectado por las cosas que decía. Su boca se entreabrió, pero no lo inhaló. Comenzando a sentirse mareada, tenía la mirada perdida.

— Tanto daño... ¿para qué?

— Para poder vivir una ilusión. Resulta que estar en la cima no hace poder olvidar quién eres. O a quiénes dejaste atrás.

Aquello le dolió como una puñalada en el abdomen. Tragó saliva, tratando que toda la agriedad se juntara en su garganta y bajara por su estómago para disolverse en vez de que sus ojos comenzaran a picar.

— ¿Ha sufrido tanto?

— Pregúntaselo a él. No sé si es más fuerte un corazón roto o cinco visitas al hospital para matarse a sí mismo.

𝗧 𝗥 𝗔 𝗖 𝗘 𝗥 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora