Capítulo 8

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Hoy fue un día agotador.

Y no sé si se debió más al trabajo en exceso en la boutique o porque pase casi toda la tarde de compras con Lucia, y debo recalcar que ella no es de esas chicas decididas y que saben lo que quieren a la hora de elegir ropa.

Desde que conozco a Lucia, una de las cosas que más destaca en ella, aparte de su buen humor casi siempre, es su belleza aniñada. Alta, piel trigueña ―algo así como una mezcla entre blanca y morena―, de facciones finas, cabello castaño claro al ras de su barbilla, ojos grises por demás expresivos, de sonrisa fácil y cuerpo esbelto; en pocas palabras, una digna belleza venezolana. Pero hay algo en ella que no encaja para nada con su apariencia y personalidad, y eso es: su falta de confianza en sí misma.

Algo con lo que toda mujer en el mundo debería nacer y cultivar.

― ¿Qué te parece esté?

Era el quinto vestido que se probaba y yo estaba que si me pinchaban con una aguja, no sangraba.

―Yo creo que te queda genial, al igual que los cuatro anteriores que te has probado ―respondí con voz cansada.

Ya habían pasado dos horas de haber llegado al centro comercial; esta era la cuarta tienda que revisábamos. Habíamos salido una hora más tarde del trabajo y ella decidió faltar hoy a la compañía de baile para tener el tiempo suficiente de prepararse para su cita de esta noche. Aunque a este paso, estaba dudando que alcanzara siquiera a llegar a tiempo.

― ¿En serio crees que me veo bien, Ámbar? ¿No me veo un poco gorda? ―Preguntó mientras se observaba en el espejo de cuerpo entero; asentí con cara de ruego, estaba a nada de arrodillarme y suplicarle que se decidiera por algún vestido para poder ir a casa.

― ¡Lulu, cariño, te ves regia, deslumbrante, mamacita! ―Me puse de pie y la tome de los hombros, viéndola fijamente a los ojos―. Pero ya decídete mujer... ¡Tengo hambre!

Sus labios formaron un puchero.

― ¡Lo siento, lo siento, lo siento, Amby! ―Comenzó a disculparse con torpeza―. Es que estoy demasiado nerviosa y trato de encontrar un motivo para no ir a la cita de esta noche con Raúl ―confeso, bajando la mirada y huyendo hacia el probador.

Tome un profundo respiro para llenarme de paciencia y me acerque al sitio donde ella se había refugiado, no era difícil adivinar que lloraba, sus sollozos se oían claramente.

―Oye, habla conmigo ―pedí alzando un poco la voz; era una suerte que estuvieramos prácticamente solas en la tienda.

Escuche como descorría el seguro de la puerta y me miro por una mínima rendija entre ella y la puerta de madera.

― ¿Qué pasa? ―Quise saber, apoyándome en la puerta del probador contiguo.

―No lo sé, supongo que tengo miedo de que vuelva repetirse lo que ya sabemos ―respondió, titubeante; le vi acariciar el pequeño tatuaje que tenía en una de sus muñecas―. Quiero creer que no todos los hombres son como él.

― ¿Te refieres a Santiago? ―La mire de soslayo; con la vista gacha y el rostro humedecido por las lágrimas, asintió―. El problema no es que existan hombres como él ―Santiago había sido el gran amor de Lucia, el primer hombre en su vida y para su mala suerte, había resultado un patán que solo la utilizo y luego la deshecho cuando obtuvo lo que quería ―, la verdadera cuestión está en dejar que ellos tenga poder sobre nosotras, que nos destruyan. Imbéciles como Santiago hay millones, yo conocí a uno llamado Esteban y en mi caso fue peor porque me dejo embarazada y con el corazón roto.

Bailando Contigo © VERSIÓN MEJORADAWhere stories live. Discover now