Capítulo 22

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Primera Parte


Tal como me advirtió Derek, sí que fueron necesarias las horas de sueño que tuve porque fui despertada bruscamente a eso de las cuatro de la mañana por un sorpresivo toque en mi pierna que casi me provoca un infarto; creí que me moría del susto cuando abrí los ojos y me encontré de lleno con la mirada azulada de mi abuela muy cerca de mi rostro en medio de la semi oscuridad de mi habitación.

Tuve que taparme la boca para no despertar a Mila con mi grito de pánico.

―Pero muchacha, ¿por qué te asustas? ―dije en medio de un risa baja, Yuye.

―No será porque tú no dormiste anoche aquí ―digo con ironía, sujetándome el pecho del susto; el corazón se me va a salir por la boca en cualquier momento―. Casi me matas abuela, creo que hasta me cague.

Me palpe la parte trasera del pijama para comprobar mis dudas, pero afortunadamente me había equivocado.

―Ni que hubieran fantasmas en esta casa ―siguió hablando entre susurros con la luz proveniente del pasillo iluminando su rostro―. Más bien párate a bañar que tienes que estar lista antes de las cinco.

― ¿Y qué hora son, pues? ―pregunte alarmada buscando mi teléfono bajo la almohada.

―Las cuatro y quince ―respondió como si nada, asomándose en el corral donde Mila dormía plácidamente―. Aurelio fue por mí a casa de chefa.

― ¿El chofer de Derek? ―Inquirí sorprendida; Yuye asintió.

―Ese mismito ―se giró hacia la puerta―. Que muchacho más amable y buenmozo es. Se llama como el narco de la novela esa que tuvo un final chimbisimo ―comento distraída sin hacer ningún caso de mi presencia―. Voy a ver si ya hirvió el agua del café, y tú apúrate si quieres estar lista para cuando llegue tu novio.

Y con esas últimas palabras salió de mi cuarto dejando la puerta abierta.

Siguiendo las indicaciones de Derek, después de una rápida ducha helada que me dejo con los dientes castañeando del frio, me vestí con una de las pocas prendas de ropa abrigada que tenía en mi limitado guardarropas. Un jogger azul marino de tela gruesa junto con una camiseta blanca de mangas largas, un abrigo negro de capucha y los únicos zapatos deportivos que tenía que ya estaban pidiendo perdón; demasiado gastados y algo descoloridos. Mucho habían durado desde que los compre en una rebaja loca en el Sambil el año pasado; ojala que no botaran media suela a mitad de camino, porque mayor pena la mía. Por otro lado, en mi pequeña maleta llevaba otra muda de repuesto por si las moscas, y las pantaletas si las escogí con más cuidado, preparada para cualquier cosa que sucediera con mi británico. La tensión entre nosotros ya era mucha y en cualquier momento nos estallaría en las narices.

Le doy un pequeño beso de despedida a mi pequeña y siento un poco de culpa por dejarla, pero entiendo que tener un día para mí no me convierte en una mala mamá; al contrario, sé que este tiempo con Derek me sentara bien. Tengo demasiado estrés acumulado que necesito dejar atrás; necesito reiniciar mi casete para poder tener la cabeza fresca y centrada en todo lo que viene para mi vida de ahora en adelante.

―Acha, más rápido imposible ―dijo al verme mi abuela mientras meneaba con un cuchara el colador de café para que el líquido bajara más rápido―. ¿Segura que te bañaste bien?

Rodee los ojos y bostece, deje mi mochila sobre uno de los taburetes del desayunador y fui a sentarme en la mesa, junte mis manos e intente calentarlas con mi aliento.

―Con este frio que está haciendo hoy no creo que me dé mal olor ―intente bromear―. ¿Y chefa como sigue?

Mi abuela me sirvió una taza de café calientito que no dude en beber aunque se me quemara la lengua.

Bailando Contigo © VERSIÓN MEJORADAWhere stories live. Discover now