Capítulo 11

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Creo que voy a desmayarme.

Y, de verdad lo haría, si no estuviera montada en estos tacones de quince centímetros que mi abuela me obligo a usar; si esta fuera otra realidad, sin dudarlo me dejaría caer contra el pavimento y me haría la muertita solo para evitar la vergüenza que siento. Solo que valoro demasiado la poca dignidad que aún conservo y soy demasiado consciente que hacer algo tan infantil me haría quedar como una completa imbécil con Derek.

Lejos de lo que realmente quiero hacer, que es huir lejos de él y esconderme bajo mi cama, opto por ser valiente y comportarme lo mejor posible durante el tiempo que dure nuestra cita precipitada por causa de la desconsiderada de mi abuela.

¿Por qué tuve que nacer con tan poca suerte?

Y es que gran parte de mis conflictos existenciales tenían mucho que ver con mi escasa suerte en la vida. Porque cómo se explica que justo mi abuela encontraría el celular que Derek dejo caer en el desván en mi afán de querer evitar que ella se enterara de su visita clandestina.

Al final, resulto peor el remedio que la enfermedad.

Lo que me lleva a pensar que yo no era la única que había quedado soñando con pajaritos preñados a consecuencia de aquel beso; a menos que, Derek sea un hombre tan despistado para no notar la usencia de su teléfono sino hasta la noche del día siguiente, y menos creyendo que llamar de otro número a su celular sería una gran idea. ¿Acaso pensaba que en este país los malandros se tomaban la molestia de contestar? O él era tonto, o tan simple como que lo había olvidado adrede para tener una excusa para vernos de nuevo.

―Luces preciosa ―es lo primero que dice al verme aparecer en el portal de mi edificio―; aunque te veo algo pálida ―tuerce hacia un lado la cabeza, aparentando preocupación―. ¿Te sientes bien?

En mi mente, mi respuesta a su pregunta es un inminente no, pero fuera de ella, con mí boca logro articular una respuesta muy diferente: ―Para nada, yo estoy bien ―sonrió nerviosa―. ¿Nos vamos?

Volteo por un momento hacia atrás con un miedo tenaz de que en cualquier momento aparezca mi abuela y me haga pasar una vergüenza peor.

―Oh, al parecer no soy el único entusiasmado con esta cita ―recorre los pocos pasos que nos separan y me toma con suavidad del brazo, guiándome hasta su lujosa camioneta que nos espera con la puerta trasera abierta; le miro confundida y el intuye mi duda―. Tenemos chaperón por solicitud de tu abuela.

Abro los ojos de par en par; él advierte mi expresión y suelta una carcajada, que lejos de hacerlo parecer vulgar, acentúa aún más su elegancia. Solventa mi inquietud una vez estamos dentro del carro.

― ¡Es una broma, tranquila! ―dice volviendo a la normalidad, viendo que su chistecito no me hizo ninguna gracia―. Es mi chofer, Aurelio ―asiento a regañadientes, dando un vistazo al frente y encontrándome con la mirada afable del chofer, quien me saluda con un asentimiento leve a través del retrovisor.

―Hola ―saludo con algo de torpeza.

―Aurelio, ella es Ámbar, la primera amiga que hago desde que llegue aquí ―explica a su chofer, mismo que le sonríe con complicidad en respuesta.

―Que gran noticia, señor ―dice luego y pone la camioneta en marcha.

Estrujo mis manos sudadas contra la suave tela del vestido que traigo puesto, es de mis mejores pintas y solo lo había usado una vez antes, en la fiesta de noche vieja pasada. De color verde aceituna con escote cuadrado y tirantes anchos, entalla mi figura con un llamativo drapeado que me arropa hasta la mitad de los muslos donde acaba la suave tela. Sin duda resalta el verde de mis ojos y el color rojizo de mi cabellera la cual llevo recogida en una cola de caballo ajustada, dejando a la vista mi esbelto cuello que he adornado con una sencilla cadenita dorada y unas argollas del mismo tono.

Bailando Contigo © VERSIÓN MEJORADAWhere stories live. Discover now