Capítulo 30

9.2K 656 32
                                    

Este es un pequeño regalo por su paciencia y fidelidad.

****

― ¡Muchacha del carajo, al fin llegas! ― fue el recibimiento que obtuve al entrar a casa―. Me tenías con el Jesús en la boca ―me regaño con gesto serio―. Llevo todo la tarde marcando a tu teléfono y me manda al buzón.

Dejé las llaves en la mesada cerca del desván y caminé directo a los brazos de mi abuela sin decir una sola palabra. Mi acción la tomo tan desprevenida que al principio se quedó tiesa como una tabla, pero luego me apretó fuerte entre sus brazos, correspondiendo mi abrazo.

Después de un día como él de hoy, lo único que podía hacerme sentir un poco mejor era el cariño de mi familia; mi único lugar seguro en el mundo.

― ¿Qué te pasa hija, no me asustes? ―preguntó sobre mi hombro, denotando preocupación por mí―. ¿Recibiste una mala noticia? ¿Te peleaste con gringo? Porque si es así lo castro ―se apartó para mirarme a los ojos.

Suspiré cansada. Debía contarle a mi abuela lo que sucedía con Esteban, ya no podía guardar más el secreto.

―Es británico, no gringo, ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? ― ella rodo sus ojos azules tan parecidos a los de Mila―. No se trata de Derek. Ni siquiera tengo noticias suyas desde que se fue ― me queje en medio de un suspiro―. Solo espero que las cosas con su padre estén mejorando para que vuelva. Lo extraño muchísimo―me encogí de hombros, a lo que, Yuye frunció el ceño―. Tuve un día de locos, abuela. Y ni siquiera sé por dónde empezar a contarte.

―Por el principio, carajita, ¿por dónde más? ―me riño quitándome el bolso medio seco―. Voy a calentarte un poco del guarapo que hice hace rato para que se te caliente el cuerpo. Tienes cara de que vas a enfermarte.

―Creo que ya lo estoy ―y como un mal augurio, estornude con fuerza justo antes de que apareciera Mila por el pasillo.

― ¡Mami! ―nada más verme grito de alegría y corrió tambaleante hasta lanzarse en mis brazos.

Afortunadamente mi ropa estaba seca al igual que mi pelo, pero venia serenada y era muy probable contagiarle mi resfriado.

―No te mortifiques, un resfriado no le hace daño a nadie ―dice mi abuela parada bajo el marco de la cocina; supongo que ha notado mi cara de preocupación.

― ¿Mamá, onta Dedek? ¿Onta?

No soy una experta dándole sentido a los balbuceo de mi hija, pero creo entender que ella está preguntándome por Derek; su mirada azula va directo hacia la puerta y al no encontrar lo que busca, arruga su hermosa carita, inflando los cachetes.

―Creo que Mila está preguntando por su amigo ―dice de pronto, Yuye mientras viene de vuelta a la sala con dos tazas humeantes―. Ven aquí ―me dice desde el sofá.

No tardo en ir a su lado con Mila entre mis brazos. Ella parece decepcionada y no la culpo, es la primera vez que una figura masculina se vuelve parte recurrente en nuestras vidas y para un niño de su edad, resulta fácil acostumbrarse.

―Lo siento, caramelito, pero nuestro amigo Derek no podrá venir por algunos días ―beso en su cabecita, apapachándola con cariño para mitigar su malestar.

Salvando el triste momento, un ladrido escandaloso resuena como un cantico logrando que la pequeña rubia en mi regazo se aleje de mi pecho mientras sus ojitos buscan ansiosos en dirección al piso donde ha aparecido un pequeño cachorrito de pelo blanco. Los ojos de Camila se iluminan al ver a su nueva mascota corretear sobre la alfombra, olisqueando todo lo que encuentra a su paso, su sonrisa se ensancha dejando a la vista sus pequeños dientecitos y no hace falta que la invite a ir tras el perro porque ella solita lo hace e incluso se cae mientras intenta escurrirse por mis piernas.

Bailando Contigo © VERSIÓN MEJORADAWhere stories live. Discover now